La educación es
una tarea más relevante que dirigir un país. Un maestro, que deja este mundo
habiendo dedicado su vida a educar, ha hecho una labor mayor que un jefe de
Estado. Porque el educador –y todos sus adyacentes: padres, maestros, psicólogos, monitores... – se entregan, aman, motivan, enseñan el camino,
señalan los valores que posee cada uno de sus alumnos, de sus atendidos para
que crezcan y se formen.
Tal
vez pase en sus vidas lo que se dice del Bautista con respecto a Jesús:
“Conviene que yo disminuya para que él crezca”. En este terreno educativo,
conviene que el educando crezca y el educador vaya entregando su vida.
El
maestro de vocación, llega al corazón, conoce los valores, que aún en ciernes,
hay en la semilla que representa al menor al que educa. Pero que con el cuidado
atento, con la palabra, con el gesto, con la cercanía y el ejemplo suyos, irá ganando
talla, irá creciendo, irá creciendo... hasta convertirse en un árbol frondoso,
que dará a la sociedad sus frutos; o su sombra amparadora, o su esplendorosa
verdor, o su fina madera, o su
exuberante floración. Símbolos estos de amor, de ternura, de paz. En una
palabra, de la convivencia de la que está falta la humanidad.
Vuestro amigo,
Francesc