Zaqueo era publicano en Jericó. Más preciso todavía, jefe de
los recaudadores del impuesto del Imperio romano. Por tanto, era odiado por los
judíos a quienes recaudaba para los ocupantes de su nación. Es más, sabían de
sus engaños, de las injustas denuncias a los pobres que no podían pagar…
Por
eso, ser publicano era ser despreciado y considerado pecador. Como dice un
amigo, tampoco hay que escandalizarse tanto, pues todos somos pecadores:
Soy como Zaqueo, Señor,
aunque no soy
publicano,
sí soy pecador.
Y el mismo Papa Francisco lo dice de sí mismo: Soy un
pecador.