Las
religiones siempre han existido, pero hoy
que vivimos un mundo multicultural y
multirreligioso es necesario, sin perder la
identidad de la propia religión, acercarnos
al conocimiento de cada una de ellas
y captar los valores más radicales de
cada una y comprobar con satisfacción,
que esos valores son compartidos por
todas ellas.
Al
término de la cuestecita los ojos se
nos abren de sorpresa: estamos ante
el nacimiento de un río. Es
sorprendente, porque no te esperas las
olas surgentes, ni el fragor con que
de unas rocas, de lo profundo de
unas peñas salga tanta abundancia de agua.
Ese temblor formidable, ese resonar nos decía que la vida es el misterio más grande que apenas desciframos. Y en el origen, en lo profundo, en el interior del mismo, Dios, que distribuye el agua de la vida, simbolizada en el joven río que corre ladera abajo, retozando y ocupando todo el cauce.
El origen formidable de ese manantial de la vida, que intuye el ser humano y que cada religión nombra de diversa forma: Dios, la divinidad, los dioses, el ser supremo… Es la base de las diversas religiones que orientan a sus adeptos a relacionarse con él, mediante ritos, signos y formas de comportarse.
Las religiones siempre han existido, pero hoy que vivimos un mundo multicultural y multirreligioso es necesario, sin perder la identidad de la propia religión, acercarnos al conocimiento de cada una de ellas y captar los valores más radicales de cada una y comprobar con satisfacción, que esos valores son compartidos por todas ellas.
Ahora bien, además de conocer –y no sólo por noticias sensacionalistas- lo mejor que podamos las religiones que más nos afectan en nuestro entorno, es mucho más importante acercarse a los seguidores de religiones distintas a la nuestra, y captar las vibraciones que les sugiere la creencia en el ser supremo, en ese Dios, que es en realidad el mismo, y les hace: esperar en él, ser solidarios, levantarse contra las injusticias, promover la paz y el desarrollo, defender los recursos del planeta…
Hace ya algún tiempo, en un largo viaje de avión, habíamos tenido la ocasión de conocer a un fiel de otra religión. Al decirle que éramos católicos, nos obsequió con una franca sonrisa y nos dijo en inglés: -Enemies? (¿Enemigos?) –“Ahora que se ha celebrado el concilio Vaticano II, -le contestamos con cierto candor- ya no somos enemigos; somos hermanos”. (2)
Vemos con claridad que se hace conveniente y necesario el diálogo entre las religiones, pues puede orientarse con él esa fuerza que surge de todas ellas hacia la cooperación, la unión de todos los creyentes para conseguir la paz, la fraternidad y los demás bienes que hemos apuntado más arriba. Esta fuerza surge precisamente del ser supremo, que si se le ve con auténtica mirada, todas las religiones coinciden en que irradia una corriente transformadora de la persona para hacerla su seguidora, seguidora de un Dios justo y misericordioso.
Amigas y amigos, esta reflexión nos invita a la comprensión profunda de otras religiones, pero sobre todo, al diálogo cordial y franco con los seguidores de ellas, para enlazar nuestras manos por el bien de toda la humanidad, comenzando sencillamente por podernos comprender con quienes tengamos más cerca y no profesan nuestro credo, pero que tienen realmente tanto de bien en común, con nosotros.
Vuestro amigo
(1) Adaptación del artículo de Ignasi Ricart i Fàbregas, EL DIÁLOGO INTERRELIGIOSO.
(2) Por cierto, el concilio Vaticano II –una verdadera primavera de la Iglesia- cumple este mismo mes de octubre 50 años de su apertura.
Ese temblor formidable, ese resonar nos decía que la vida es el misterio más grande que apenas desciframos. Y en el origen, en lo profundo, en el interior del mismo, Dios, que distribuye el agua de la vida, simbolizada en el joven río que corre ladera abajo, retozando y ocupando todo el cauce.
El origen formidable de ese manantial de la vida, que intuye el ser humano y que cada religión nombra de diversa forma: Dios, la divinidad, los dioses, el ser supremo… Es la base de las diversas religiones que orientan a sus adeptos a relacionarse con él, mediante ritos, signos y formas de comportarse.
Las religiones siempre han existido, pero hoy que vivimos un mundo multicultural y multirreligioso es necesario, sin perder la identidad de la propia religión, acercarnos al conocimiento de cada una de ellas y captar los valores más radicales de cada una y comprobar con satisfacción, que esos valores son compartidos por todas ellas.
Ahora bien, además de conocer –y no sólo por noticias sensacionalistas- lo mejor que podamos las religiones que más nos afectan en nuestro entorno, es mucho más importante acercarse a los seguidores de religiones distintas a la nuestra, y captar las vibraciones que les sugiere la creencia en el ser supremo, en ese Dios, que es en realidad el mismo, y les hace: esperar en él, ser solidarios, levantarse contra las injusticias, promover la paz y el desarrollo, defender los recursos del planeta…
Hace ya algún tiempo, en un largo viaje de avión, habíamos tenido la ocasión de conocer a un fiel de otra religión. Al decirle que éramos católicos, nos obsequió con una franca sonrisa y nos dijo en inglés: -Enemies? (¿Enemigos?) –“Ahora que se ha celebrado el concilio Vaticano II, -le contestamos con cierto candor- ya no somos enemigos; somos hermanos”. (2)
Vemos con claridad que se hace conveniente y necesario el diálogo entre las religiones, pues puede orientarse con él esa fuerza que surge de todas ellas hacia la cooperación, la unión de todos los creyentes para conseguir la paz, la fraternidad y los demás bienes que hemos apuntado más arriba. Esta fuerza surge precisamente del ser supremo, que si se le ve con auténtica mirada, todas las religiones coinciden en que irradia una corriente transformadora de la persona para hacerla su seguidora, seguidora de un Dios justo y misericordioso.
Amigas y amigos, esta reflexión nos invita a la comprensión profunda de otras religiones, pero sobre todo, al diálogo cordial y franco con los seguidores de ellas, para enlazar nuestras manos por el bien de toda la humanidad, comenzando sencillamente por podernos comprender con quienes tengamos más cerca y no profesan nuestro credo, pero que tienen realmente tanto de bien en común, con nosotros.
Vuestro amigo
(1) Adaptación del artículo de Ignasi Ricart i Fàbregas, EL DIÁLOGO INTERRELIGIOSO.
(2) Por cierto, el concilio Vaticano II –una verdadera primavera de la Iglesia- cumple este mismo mes de octubre 50 años de su apertura.
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