El Vaticano II, esa
primavera de la Iglesia, se concretó
en una nueva manera de mirarnos; una
invitación a los católicos de mirar a
la mujer, al hombre de cualquier
condición, raza, religión con respeto, en
libertad, reconociendo su dignidad y su
capacidad de madurez. No es que no
se hiciera antes, es que este
concilio lo sacó a la luz, lo
sancionó como aquello que debía hacerse.
Algo así fue el concilio Vaticano II -que hace 50 años ahora en octubre empezaba su andadura- para muchos cristianos católicos. Pero también para los demás cristianos de otras confesiones. Para los creyentes de otras religiones y para los no creyentes. Pues cuando un árbol florece, su aroma, su hechizo es un regalo para todos.
Esa primavera se concretó en una nueva manera de mirarnos; una invitación a los católicos de mirar a la mujer, al hombre de cualquier condición, raza, religión con respeto, en libertad, reconociendo su dignidad y su capacidad de madurez. No es que no se hiciera antes, es que este concilio lo sacó a la luz, lo sancionó como aquello que debía hacerse.
Al Vaticano II se le ha llamado también con el calificativo de pastoral, adjetivo que tiene su origen en la figura del pastor, que orienta, acompaña y cuida al rebaño, especialmente a las ovejas débiles y necesitadas. Lo pastoral evoca, pues, la solicitud por el ser humano concreto. Este concilio señalaba a los cristianos la actitud con que mirar a los demás seres humanos, como iguales; de situarse dentro del mismo espacio de todos, donde se pueden escuchar y sentir “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias” de cada mujer y de cada hombre, y hacerlas propias.
Verdaderamente, esta forma que se pedía a los cristianos católicos era una novedad primaveral para la misma comunidad eclesial, promesa de frutos de vida, de libertad, de alegría; pero también corriente de aire fresco y nuevo para gran parte de la humanidad con la que se relacionan de una u otra forma los miembros de la Iglesia en todo el mundo.
Alguien dirá que algunos católicos no siguen estas orientaciones del Vaticano II, o incluso que las actitudes y las acciones de muchos de ellos demuestran no haberse tomado en serio estas directrices tan esperanzadoras de la Iglesia. A ellos podemos contestarles que este concilio fue, según el teólogo Karl Rahner, un regalo de Dios a la Iglesia, pero que “pasará mucho tiempo hasta que la Iglesia sea realmente la Iglesia del Vaticano II”.
Sin embargo, en descargo de estas opiniones, podemos decir que ya se han dado frutos de ese árbol florecido: hoy día las celebraciones, las relaciones de los católicos con otros grupos creyentes o no, han ganado por lo general un tono de espontaneidad, de libertad, que se considera del todo normal y que ya no tiene vuelta atrás. El concilio Vaticano II no es ya sólo un árbol primaveral, sino que ya ha producido algunos de sus frutos para bien de la misma Iglesia y de la humanidad, y seguro continuará dando más de sus estupendos frutos.
Vuestro amigo
Nota.- Puedes leer una anécdota sobre el concilio Vaticano II, en la reflexión anterior “El diálogo de religiones”, y que la dejamos también escrita aquí abajo a modo de comentario.
"Hace ya algún tiempo, en un largo viaje de avión, habíamos tenido la ocasión de conocer a un fiel de otra religión. Al decirle que éramos católicos, nos obsequió con una franca sonrisa y nos dijo en inglés: -Enemies? (¿Enemigos?) –Ahora que se ha celebrado el concilio Vaticano II, -le contestamos con cierto candor- ya no somos enemigos; somos hermanos".
No hay comentarios:
Publicar un comentario