Estimados,
amigas y amigos: En medio del verano
que ya va tomando su carácter
caluroso, hacemos una inmersión, no tanto
en la refrescante agua del mar o
de la piscina, que desde luego nos
gustaría, sino en la siempre sugerente pedagogía
de Don Bosco. Hoy bucearemos en busca
de la gratitud del santo educador.
La
gratitud, esa rara flor, -como dice
nuestro ilustre Miguel de Cervantes- ¿en
qué consiste? –En ser capaces de ver
los signos, los gestos con que otros
nos benefician. Porque lo contrario, la
ingratitud –que tanto abunda, según lo
que nos ha asegurado Cervantes- es la
ceguera que nos impide ver los
beneficios, los gestos de amor, los
signos de bondad de los otros,
empezando por los que Dios nos da.
Este gran valor Don Bosco lo aprendió siendo niño, de su madre, Mamá Margarita, quien le hacía alzar la vista y ver en el cielo tanto regalo y bajarla a la tierra de donde se arrancaban sus frutos para poder subsistir. Y lo que es aún más difícil, adivinar en las inclemencias también un rayo de esperanza, y dar gracias por lo que en ocasiones no vemos, pero que siempre es parte del proyecto amoroso de Dios.
Con estas enseñanzas de su buena madre, no nos extraña para nada que Juan Bosco, estudiante de 18 años en Chieri –Italia-, con un apetito extraordinario, pero con escasísimos recursos, no olvidara nunca a su amigo José Blanchard que le ayudó, en ese período estudiantil, a través de su madre, proporcionándole frutas y otros alimentos, a llenar su vacío estómago.(2)
Don Bosco ya director de su Oratorio de Turín, pidió y recibió muchas ayudas de gente que podía, para su siempre necesitada obra. Él nos asegura que en las miles de cartas que escribió a estas personas para pedirles ayuda, nunca faltó un “gracias”, una palabra de sincera gratitud.
La gratitud fue, además, una constante que inculcó a sus alumnos del Oratorio. “La gratitud”, -pensaba y explicaba-, “es la memoria del corazón, porque solo el corazón tiene la capacidad de recordar. Quien agradece, lleva amor en el corazón”. Sus muchachos respiraban este clima de gratitud.
Hay una anécdota que puede ilustrar esta última afirmación. Se trata de sus antiguos alumnos Félix Reviglio y Carlos Gastini, que la víspera de su onomástico llamaron a la puerta del pobre despacho de Don Bosco para desearle un feliz día. Luego le ofrecieron dos pequeños corazones de plata. Don Bosco quedó sin palabras por el regalo tan elocuente recibido. Comprendió que no había equivocado el camino educativo. Cuando marcharon, se quedó contemplando durante un tiempo los dos pequeños corazones… y los ojos se le arrasaron en lágrimas.
Un ejercicio refrescante de gratitud que te recomiendo, y en primer lugar me lo recomiendo a mí, es recordar a todos aquellos que me han ayudado o me están ayudando, con verdadero agradecimiento.
Amiga, amigo, espero que estés pasando un feliz verano. Pero me gustaría, además, que pudieras ser aún un poco más feliz, porque la gratitud hace más dichosa a la gente. Ya que “no es posible que quien tenga gratitud no cuente también con los demás valores; ¡vamos!, que no tenga un corazón de oro”.
Vuestro amigo
Francesc
(1) Adaptación del artículo de D. Pascual Chávez Villanueva en el Boletín Salesiano.
(2) Al respecto de esta etapa en Chieri, se cuenta que una tarde, Juan Bosco estaba siguiendo con atención una partida de bochas (especie de petanca), y tan hambriento se encontraba, que por más que José Blanchard le llevó de parte de su madre una merienda, le sucedió lo que sigue: Mientras continuaba enfrascado en el juego fue, sin ponerle atención, mordisqueando la barra de pan con la mezcla, hasta que se la acabó del todo. Al poco rato, no viendo en sus manos el bocadillo, empezó a preguntar quién era el que le había sustraído la merienda. Blanchard le puso al tanto de lo que le había sucedido. Nuestro Juan, avergonzado, no tuvo más remedio que reconocer la evidente terrible hambre que estaba pasando.
Este gran valor Don Bosco lo aprendió siendo niño, de su madre, Mamá Margarita, quien le hacía alzar la vista y ver en el cielo tanto regalo y bajarla a la tierra de donde se arrancaban sus frutos para poder subsistir. Y lo que es aún más difícil, adivinar en las inclemencias también un rayo de esperanza, y dar gracias por lo que en ocasiones no vemos, pero que siempre es parte del proyecto amoroso de Dios.
Con estas enseñanzas de su buena madre, no nos extraña para nada que Juan Bosco, estudiante de 18 años en Chieri –Italia-, con un apetito extraordinario, pero con escasísimos recursos, no olvidara nunca a su amigo José Blanchard que le ayudó, en ese período estudiantil, a través de su madre, proporcionándole frutas y otros alimentos, a llenar su vacío estómago.(2)
Don Bosco ya director de su Oratorio de Turín, pidió y recibió muchas ayudas de gente que podía, para su siempre necesitada obra. Él nos asegura que en las miles de cartas que escribió a estas personas para pedirles ayuda, nunca faltó un “gracias”, una palabra de sincera gratitud.
La gratitud fue, además, una constante que inculcó a sus alumnos del Oratorio. “La gratitud”, -pensaba y explicaba-, “es la memoria del corazón, porque solo el corazón tiene la capacidad de recordar. Quien agradece, lleva amor en el corazón”. Sus muchachos respiraban este clima de gratitud.
Hay una anécdota que puede ilustrar esta última afirmación. Se trata de sus antiguos alumnos Félix Reviglio y Carlos Gastini, que la víspera de su onomástico llamaron a la puerta del pobre despacho de Don Bosco para desearle un feliz día. Luego le ofrecieron dos pequeños corazones de plata. Don Bosco quedó sin palabras por el regalo tan elocuente recibido. Comprendió que no había equivocado el camino educativo. Cuando marcharon, se quedó contemplando durante un tiempo los dos pequeños corazones… y los ojos se le arrasaron en lágrimas.
Un ejercicio refrescante de gratitud que te recomiendo, y en primer lugar me lo recomiendo a mí, es recordar a todos aquellos que me han ayudado o me están ayudando, con verdadero agradecimiento.
Amiga, amigo, espero que estés pasando un feliz verano. Pero me gustaría, además, que pudieras ser aún un poco más feliz, porque la gratitud hace más dichosa a la gente. Ya que “no es posible que quien tenga gratitud no cuente también con los demás valores; ¡vamos!, que no tenga un corazón de oro”.
Vuestro amigo
Francesc
(1) Adaptación del artículo de D. Pascual Chávez Villanueva en el Boletín Salesiano.
(2) Al respecto de esta etapa en Chieri, se cuenta que una tarde, Juan Bosco estaba siguiendo con atención una partida de bochas (especie de petanca), y tan hambriento se encontraba, que por más que José Blanchard le llevó de parte de su madre una merienda, le sucedió lo que sigue: Mientras continuaba enfrascado en el juego fue, sin ponerle atención, mordisqueando la barra de pan con la mezcla, hasta que se la acabó del todo. Al poco rato, no viendo en sus manos el bocadillo, empezó a preguntar quién era el que le había sustraído la merienda. Blanchard le puso al tanto de lo que le había sucedido. Nuestro Juan, avergonzado, no tuvo más remedio que reconocer la evidente terrible hambre que estaba pasando.
Una reflexión bellísima sobre la gratitud. Desde el Perú.
ResponderEliminarGracias...