Tal
vez no hemos caído en la cuenta
de esta realidad (ciertamente que los
padres, maestros, monitores,… sí la han
percibido) de que el trato con los
niños y jóvenes, o el trabajo con
ellos es, cierto, una empresa agotadora,
pero “está llena, por otro lado, de
felicidad, de bendiciones si sabemos
entenderla”. (1)
Normalmente pensamos que los
niños van a rechazar las normas, la
disciplina, el orden. Pero si observamos
con más atención sus reacciones y sabemos aprender de ellos, es posible
que entre las cosas que nos enseñen,
-pues nos enseñan qué es lo que
necesitan, cómo hemos de tratarlos- nos
digan, sin decir, en ciertos momentos:
-Exígeme más, considérame más capaz de
tantas cosas.
Esto le pasó al gran educador y padre de los jóvenes, Don Bosco. Tuvo de parte de los jóvenes que atendía exigencias serias y en ocasiones impensables para nuestra actual mentalidad, como la que Domingo Savio, alumno suyo de 14 años, le formuló: -Tengo necesidad de ser santo.
Cambiando en el ejemplo anterior las cosas que hay que cambiar, realmente nos podemos encontrar con algo semejante. Si estamos atentos a los niños, adolescentes y jóvenes, percibiremos algunas veces que no nos piden blandura, sino que lo que nos solicitan es que les respaldemos en sus metas altas e importantes.
El problema no está siempre en los niños y jóvenes; en muchos casos está en nosotros, a quienes nos falta disponibilidad para aprender de ellos. La verdad es que si estamos con ellos, vamos a aprender mucho más que el rato que podamos dedicar a ver TV o a navegar por internet.
Los chicos y chicas nos ilustran mucho más en la vida que estos medios; nos obligan a ser más profundos y ver –como ellos- fuera de roles y caretas, el alma de las personas, y a expresar esta clara visión con toda espontaneidad. El ‘educador’ aprende, además, a ser más responsable en su tarea, a auto-controlarse más y a responder con prontitud de espíritu, con “inteligencia del corazón” y con inventiva, a sus demandas.
Por otra parte, los niños y jóvenes lo que desean de nosotros es la presencia; no un mero ‘estar’, sino una presencia con atención total, que le vuelva importante; una presencia que le diga: “estoy disponible aquí, para ti; pero no invado tu campo ni te dirijo en lo tuyo”.
Además, una presencia que le guarde el respeto y ponga en marcha la paciencia: que siga el propio ritmo e inclinaciones normales del niño o el joven. Que le deje hablar. Que le conceda el respeto de persona importante y considere sus temas como muy importantes (que así son para ellos).
Tarea agotadora, como hemos ya apuntado, pero que se ve recompensada por la felicidad que proporciona la entrega de su total confianza en nosotros.
Vuestro amigo,
Francesc
(1) Adaptación del artículo de Don Pascual Chávez Villanueva del Boletín
Esto le pasó al gran educador y padre de los jóvenes, Don Bosco. Tuvo de parte de los jóvenes que atendía exigencias serias y en ocasiones impensables para nuestra actual mentalidad, como la que Domingo Savio, alumno suyo de 14 años, le formuló: -Tengo necesidad de ser santo.
Cambiando en el ejemplo anterior las cosas que hay que cambiar, realmente nos podemos encontrar con algo semejante. Si estamos atentos a los niños, adolescentes y jóvenes, percibiremos algunas veces que no nos piden blandura, sino que lo que nos solicitan es que les respaldemos en sus metas altas e importantes.
El problema no está siempre en los niños y jóvenes; en muchos casos está en nosotros, a quienes nos falta disponibilidad para aprender de ellos. La verdad es que si estamos con ellos, vamos a aprender mucho más que el rato que podamos dedicar a ver TV o a navegar por internet.
Los chicos y chicas nos ilustran mucho más en la vida que estos medios; nos obligan a ser más profundos y ver –como ellos- fuera de roles y caretas, el alma de las personas, y a expresar esta clara visión con toda espontaneidad. El ‘educador’ aprende, además, a ser más responsable en su tarea, a auto-controlarse más y a responder con prontitud de espíritu, con “inteligencia del corazón” y con inventiva, a sus demandas.
Por otra parte, los niños y jóvenes lo que desean de nosotros es la presencia; no un mero ‘estar’, sino una presencia con atención total, que le vuelva importante; una presencia que le diga: “estoy disponible aquí, para ti; pero no invado tu campo ni te dirijo en lo tuyo”.
Además, una presencia que le guarde el respeto y ponga en marcha la paciencia: que siga el propio ritmo e inclinaciones normales del niño o el joven. Que le deje hablar. Que le conceda el respeto de persona importante y considere sus temas como muy importantes (que así son para ellos).
Tarea agotadora, como hemos ya apuntado, pero que se ve recompensada por la felicidad que proporciona la entrega de su total confianza en nosotros.
Vuestro amigo,
Francesc
(1) Adaptación del artículo de Don Pascual Chávez Villanueva del Boletín
Salesiano
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