Aunque hayan pasado las
vacaciones, ese tiempo en que dispones de momentos para dedicarlos a ti misma, a ti mismo: a
leer, escribir, pensar, rezar… De todas formas, si lo buscas, en todo tiempo encuentras
un espacio que puede significar eso: Profundizar en ti, mirar cómo eres, quién
eres… beber de tu propia fuente.
Por lo general, no es algo que hagamos con
mucha frecuencia. Preferimos la mirada rápida, y por tanto, superficial que no
nos traiga compromisos ni preocupaciones añadidas. Pero es que con esta actitud
de ‘flotar’ en nuestra vida, de no plantearnos las preguntas que nos aclaren
cómo vamos en nuestro camino vital, nos faltará la libertad de disfrutar con
alegría de nuestra vida y captar con claridad el significado de nuestra
existencia.
Bebemos de nuestra propia
fuente cuando tomamos, unos minutos, -si no podemos más tiempo-, “para
nosotros” e intentamos llenarlos de sentido, preguntándonos con sinceridad: ¿Cómo
me encuentro? -Cansada, cansado?, muy ilusionada, ilusionado?, defraudada,
defraudado?, en búsqueda?
¿Qué es importante en estos
minutos que tengo? –a dónde voy?, qué es lo que busco?
¿Cuál es
lo fundamental, lo que merece la pena y me llena de sentido?
¿Y qué medios voy a poner para alcanzarlo? Pues, medios sencillos: la reflexión, el silencio, la oración, el diálogo clarificador cuando por una suerte muy especial, tenemos una persona a quien poder confiar nuestro corazón. Para ir aclarando nuestros pensamientos, y que nuestras emociones se vayan asentando. Si somos constantes en echar mano de estos medios, poco a poco se irá iluminando nuestro camino.
Y sobre el diálogo clarificador, tenemos un
ejemplo en el evangelio de Juan en que se nos relata que Jesús de Nazaret ayudó
a una mujer samaritana a beber de su propia fuente. Estaban junto al pozo de
Jacob y el Maestro le pidió de beber a la samaritana. Pero la verdadera sed era
la de esta mujer de Samaria: no se había parado a considerar la vida
desordenada que llevaba, ni en pensar en una relación personal con Dios; su
religión era poco interior, poco salvadora. Pero cuando escuchó al Maestro que
le decía que Dios es Padre en todo momento y lugar, tan cercano que estaba hablando con él, y que ella era capaz de entregarse de veras, de
amar, se llenó de tanta alegría, que no pudo resistir su emoción y dejando el
cubo, salió corriendo al pueblo, a contar lo que le había pasado y lo que le
había dicho Jesús.
El pozo de donde saciarnos
la sed que tenemos de verdad, no está muy lejos de nosotros; el manantial, la
fuente de agua viva la tenemos en nuestro interior. Lo único que falta es la
disposición. Sin lugar a dudas esta es la verdadera batalla que hemos de librar
para beber de nuestra propia fuente: disponernos a entrar en nuestro interior.
No importa que con nuestra reflexión no lo tengamos todo ya resuelto, pero lo
importante es que estemos dispuestos a ver nuestra realidad.
Tu
amigo,
Francesc
A modo de comentario, ofrezco aquí la transcripción de la escena de la samaritana vista por una chica de 11 años, con su interpretación. Los niños en ocasiones, no nos dejan de admirar.
ResponderEliminarEn esta escena aparecen Jesús y una samaritana. Jesús se dirigía a Galilea y tenía que pasar por Samaria. Estaba cansado del camino y se sentó al lado del pozo. Se acercó una samaritana a sacar agua y Jesús le pidió de beber. La samaritana le dijo que cómo le había pedido de beber un judío a una samaritana. Jesús le contestó que si supiera quién era, ella le pediría de beber, y si bebía del agua que Él le daría, nunca más tendría sed.
El agua que le dijo que le daría sería la fe en Dios y si bebía de esa agua, de esa fe, nunca más necesitaría beber. Lo que quería transmitir era su fe en Dios.