Cuando
nos aprieta el zapato, nos lo quitamos y buscamos la solución; tal vez sea una
piedrecita que se nos ha colado entre la suela y la planta del pie. Cuando nos
invade la tristeza o la falta de ilusión, tenemos también un remedio, una
medicina natural: la alegría y el optimismo.
Además,
podemos comprobar que si hacemos las cosas con fe, es decir, ilusionados,
creyendo en lo que llevamos entre manos… las cosas funcionan de otra manera, se
nos nota, no podemos disimularlo, ponemos en movimiento todo lo que somos,
arrastramos también a quienes nos ven; generamos ilusión, movimiento, vida a
nuestro alrededor.
Esta
modalidad de vivir así la vida se puede expresar con una palabra que entendemos muy
bien: la alegría. La alegría se declina de varias formas; a veces es la
comprensión con que nos atendemos a nosotros mismos, y a quienes están con
nosotros. Otras veces, se puede concretar como compasión o ternura, que hace
más sinceras y consistentes nuestras relaciones personales. En ocasiones, la
alegría puede tomar el carácter de la consolación, o elevar el vuelo de la esperanza,
de la confianza en el futuro. Y siempre, se entiende, que si practicamos la
alegría, celebramos la vida, hacemos fiesta.
Los
niños nos señalan con su natural transparencia qué valor tan alto tiene la
alegría. Para ellos, la alegría y el juego son su ley. Los maestros, los
profesores lo saben: Si empieza el curso y estos educadores se presentan con
una nube de tristeza, de preocupación, ésta se disipa nada más escuchar las
voces, los gestos, las miradas y las sonrisas de niños y jóvenes. Pues su forma
de expresarse rezuma ese bello compartir de vida y de optimismo, que llamamos
alegría. Que cura y alivia verdaderamente el desaliento y la tristeza.
Lo
entendió muy bien el maestro y padre de los jóvenes, Don Bosco. Al
principio de su obra por ellos, comprendió que los jóvenes tienen hambre de
vida, cosa que no se puede atender sin poner a su alcance un gran caudal de
alegría. Pero, ¿qué tipo de alegría? Se trata ante todo
de una "alegría querida”, es decir, que no brota por casualidad de alguna
situación, sino que quien maneja este tipo de alegría, lo tiene prometido e
integrado en su proyecto de vida. Don Bosco nos advirtió que quien quiera que
haya alegría en su ambiente, ha de poner los medios.
Sabemos
de alguien que tenía un medio curiosísimo para educar utilizando la alegría. La
alegría es atractiva. Cuando esta persona, por cierto, profesor observaba que los jóvenes de
su Instituto andaban dispersos, desorientados -diríamos- por los patios, pero
necesitados de una buena palabra, aseguran que llamaba a dos o tres muchachos
de aquellos y les contaba algún chiste que les hiciera reír estruendosamente.
Automáticamente, acudía un buen grupo de compañeros estudiantes al lugar,
atraídos por aquellas llamativas risas. Y ese era el momento que el profesor
aprovechaba para decir las palabras, por cierto, atractivas e inteligentes, que
sabía estaban necesitando los chicos.
¡A
practicar la alegría! ¡Esa medicina que cura tantas cosas provenientes de la ensombrecida familia de la tristeza y el mal humor!
Vuestro amigo
Francesc
Francesc
(1) Inspirado en el artículo de Carme
Candell en el Boletín Salesiano español.
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