→ Alguien dirá
que ya ha pasado la Navidad y con ella, el Niño Dios, que es quien en muchos países trae los juguetes a los niños. O bien Papá Noel o los Sabios de Oriente (los Reyes). Y
que ya no es momento de regalos. Pero, ¿y el día de los enamorados o de San Valentín, que está tan reciente?
→ Bueno, el caso es que siempre podemos tener ocasión de hacer regalos, casi cada día,
conforme veremos. Hay cumpleaños, hay despedidas, éxitos de nuestros más queridos
seres: amigas, amigos, o parientes… Y
siempre se les puede hacer un regalo.
Cuando pensamos en regalar, la mayoría de las veces pensamos en algo material: un reloj, un juego, un móvil o celular. Aunque la especialidad de los niños (y gracias a Dios, también de los no tan niños) son los juegos –un balón, un patín, un peluche, una bicicleta, una “play station”…
Pero en
alguna ocasión, habremos caído en la cuenta de que el valor del regalo que hacemos
o que nos hacen no es tanto su hermosura material. Es la ilusión que nos
produce, esa sorpresa con que el regalo está empapado. Lo importante es la
alegría que nos da, la emoción inexpresable que nos comunica, el que venga de parte de la persona que amamos, y que nos ama.
Porque no
hay duda que el regalo más importante es el amor, la comprensión, el caso que
nos hace esa persona amada, y amante; bien sea su regalo algo tangible, o tal vez, un mensaje digital. Y
no digamos, si es su presencia, la sonrisa con que nos obsequia, o la mirada con que nos colma de felicidad.
Las personas
son el regalo mayor que podemos tener. Lo intuía aquel chiquillo o chiquilla
–que no se concretaba en su escrito- que escribió su carta a los Reyes Magos de
Oriente. Y que en ella, después de pedir los juguetes que recelaba: un patín..,
un peluche… pedía a Sus Majestades por favor, para su mamá un
esposo, que fuera bueno, bonachón, que jugara con él y que fuera buen
cristiano, que rezara…
Vuestro
amigo,
Francesc
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