Acaba de celebrarse en la Iglesia católica la fiesta de la
santísima Trinidad. A Dios, que podemos llamar Padre, Hijo y Espíritu. Es
difícil definir a una persona, aunque la conozcamos mucho. Pero en el caso de
las tres divinas personas se nos queda pobre nuestro lenguaje y nuestra
inteligencia.
Tal vez la palabra que nos ayuda a entenderlo algo, es Padre.
Esta palabra nos sugiere que Dios es el padre de la vida, el creador de la
vida. Además, padre, en sentido relacional, es el cercano, quien protege las
vidas que ha hecho florecer.
Esta creencia es la más coherente para alentar actitudes positivas ante la vida propia y la de los demás.
Esta creencia, aunque no se razone desde la fe, está escrita en la conciencia de todo hombre de verdad. No nos extraña que Ignacio Echeverría lo confirme ahora de forma
martirial: que la vida de cualquier persona es sagrada e inviolable y que la
mayor grandeza es salvarla.
Precisamente aquello que quiere un padre, cuya definición es
AMOR, es regalar vida y protegerla. Y a quienes lo hacen, les regala la
felicidad: “Felices los que trabajan por la paz, porque Dios los llamará sus
hijos”; como a Ignacio Echeverría. Y también a Luther King, luchador por la
igualdad de las razas. Lo comenta bellamente la canción italiana que se le
dedicó en su momento: “Adiós, Luther King, negro sol, brillas ahora en el
cielo. Te seguirá toda persona que tiene sed de justicia y pide libertad”.
Para ti, amiga, amigo lector/a -y por supuesto, primeramente, para mí-, es
una invitación a donar la vida por la vida de los demás. Tal vez no lleguemos a
la grandeza de los dos citados, pero se nos dice que “solo dando la vida se
recupera la propia”.
Tu amigo,
Francesc.
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