La vida no consiste solamente en procrear, sino en cuidarla, en mantenerla,
en favorecerla desde el nacimiento, o tal vez desde antes del mismo, para prevenir daños posteriores. Es verdad que la procreación es fundamental, pero sin
la inmediata y posterior atención, se arruinaría la vida dada a luz.
La misión de atenderla la tienen en primer lugar los padres. Pero después, todos quienes la rodean: familia, amigos... Y las instituciones avaladas por profesionales y demás personal que sepan darles aquello que necesitan para el buen desarrollo. Estos no sustituirán nunca a los padres, sin embargo, si son personas entregadas, de vocación, harán lo más cercano a la atención materna y paterna.
Los que no están en esta lista, pero son personas en torno a cualquier vida humana, tienen la misión de atenderla y cuidarla. Y acercarse de tal
modo a ella que puedan conocer sus necesidades, sean estas físicas (alimentación,
ropa, salud, vivienda, descanso, distracciones...) o bien estudios, trabajo,
amistades, valores, creencias...
Y no solo esto, sino que deben observar aquellas circunstancias que por lo
que sea, destruyen la vida, quitan la dignidad, rebajan y angustian a la
persona. Como lo puede hacer la droga, la violencia, el secuestro de cualquier
forma, que destroza la libertad personal... Nuestro compromiso en estos casos debería ser la lucha porque desaparecieran los atentados contra la vida en todas sus
formas y dimensiones.
No es extraño,
entonces, que en el Génesis, primer libro
de la Biblia, se pusiera en labios del Creador de la vida el siguiente mandamiento:
“Creced y multiplicaos”. No es, por tanto,
suficiente sembrar la vida, sino, como buen
labrador, amar-la y por eso mismo, regarla, escardarla, podarla, entrecavarla...
para que llegue a dar con gozo los frutos que se esperan de ella.
Vuestro amigo,
Francesc
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