Según
la pedagogía del educador turinés, Don
Bosco, se trata de aprovechar las
oportunidades para preparar el terreno, no
darlo todo por perdido; confiar en
los valores que aún quedan por descubrir
en el joven. Pues aún en el
peor de los casos, un pequeño avance
de hoy, puede ser la salvación de
la planta, del árbol en el futuro.
Han
pasado sólo unos días de la
celebración de la fiesta del gran
educador, Don Bosco. Sus intuiciones
pedagógicas, aunque aplicadas para los
muchachos del Piamonte (Italia), en la
época de la industrialización (1840-1888) y
por manos, además, de un sacerdote
católico, lejos de rechazarlas, deberíamos
tenerlas muy en cuenta, dada la
semejanza de aquellas circunstancias con
las actuales.
En efecto, Don Bosco vivió entre sus jóvenes en una época de fuerte crisis, que golpeaba, como siempre, de manera especialmente despiadada a los jóvenes. Y hoy también la crisis, no sólo económica, sino también social, digital, global sacude de manera particular la vida de nuestros jóvenes. A muchos de ellos les deja sin referencias, sin modelos de adultos que les den esperanzas, seguridad y coherencia en sus comportamientos. Se ven invadidos por la angustia del futuro y sin poder responder a las dificultades de su inserción social completa, por falta de adultos que les acompañen y les ayuden a realizar experiencias que les hagan madurar en este campo.
Puede que entre los lectores os encontréis algunos con la tarea de padres, madres, educadores en general… o aunque no lo seáis, deseéis comprender mejor el arte de educar, tan fundamental en la sociedad. Don Bosco nos puede echar una mano; a él seguimos, en la presente reflexión.
Quienes están comprometidos con la educación de los jóvenes pueden presentar, ante los retos que se han apuntado, estas tres actitudes educativas, que contiene la historia de la semilla destinada a convertirse en un gran árbol -la parábola, sin lugar a dudas, más bella sobre la educación-. En primer lugar, hay personas que sólo ven la semilla; estos no educan para el futuro, pendientes como están únicamente de lo que le pasa al joven ahora. Hay un segundo grupo de personas que sueñan sólo con el árbol. Estas pueden perder de vista el momento actual del niño o del joven y no atenderle adecuadamente. Hay, por fin, un tercer grupo de personas que ven la relación de la semilla con el árbol. Estas personas están más bien pendientes del terreno, de darles el alimento, la substancia de un buen terreno que sirva al desarrollo actual, pensando, además en las necesidades para el futuro.
No es intrascendente este tercer tipo de visión hacia los niños y jóvenes. Cuando se observa un antiguo alumno, una antigua alumna que recurren a la educación recibida en su colegio o en su instituto para orientar su labor en la vida, podemos imaginar que sus educadores, el ambiente de su antigua escuela, estuvieron atentos a su circunstancia infantil o juvenil –la semilla-, pero sin perder de vista su futuro –el árbol. Parece insignificante la diferencia en este modo de educar con respecto a los otros dos, pero puede ser definitiva, fundamental.
En este sentido, expongo aquí un caso que puede ilustrar la anterior afirmación. Hace unos años, en un foro de enseñantes –y educadores- se presentó el caso de un profesor que a la vuelta de muchos años en los que tuvo que soportar tantos conflictos con sus alumnos, había adquirido al final de su tarea de enseñante un comportamiento agrio y áspero. Esta situación se quiso dar como justificada. Sin embargo, me pareció que algo había fallado en la actuación del citado enseñante: Sin lugar a dudas, el no haber planteado los conflictos con los alumnos como una oportunidad de crecer él y sus pupilos en la tarea educativa.
Según la pedagogía del educador turinés, Don Bosco, se trata de aprovechar las oportunidades para preparar el terreno, no darlo todo por perdido; confiar en los valores que aún quedan por descubrir en el joven. Pues aún en el peor de los casos, un pequeño avance de hoy, puede ser la salvación de la planta, del árbol en el futuro.
Con mi afecto.
En efecto, Don Bosco vivió entre sus jóvenes en una época de fuerte crisis, que golpeaba, como siempre, de manera especialmente despiadada a los jóvenes. Y hoy también la crisis, no sólo económica, sino también social, digital, global sacude de manera particular la vida de nuestros jóvenes. A muchos de ellos les deja sin referencias, sin modelos de adultos que les den esperanzas, seguridad y coherencia en sus comportamientos. Se ven invadidos por la angustia del futuro y sin poder responder a las dificultades de su inserción social completa, por falta de adultos que les acompañen y les ayuden a realizar experiencias que les hagan madurar en este campo.
Puede que entre los lectores os encontréis algunos con la tarea de padres, madres, educadores en general… o aunque no lo seáis, deseéis comprender mejor el arte de educar, tan fundamental en la sociedad. Don Bosco nos puede echar una mano; a él seguimos, en la presente reflexión.
Quienes están comprometidos con la educación de los jóvenes pueden presentar, ante los retos que se han apuntado, estas tres actitudes educativas, que contiene la historia de la semilla destinada a convertirse en un gran árbol -la parábola, sin lugar a dudas, más bella sobre la educación-. En primer lugar, hay personas que sólo ven la semilla; estos no educan para el futuro, pendientes como están únicamente de lo que le pasa al joven ahora. Hay un segundo grupo de personas que sueñan sólo con el árbol. Estas pueden perder de vista el momento actual del niño o del joven y no atenderle adecuadamente. Hay, por fin, un tercer grupo de personas que ven la relación de la semilla con el árbol. Estas personas están más bien pendientes del terreno, de darles el alimento, la substancia de un buen terreno que sirva al desarrollo actual, pensando, además en las necesidades para el futuro.
No es intrascendente este tercer tipo de visión hacia los niños y jóvenes. Cuando se observa un antiguo alumno, una antigua alumna que recurren a la educación recibida en su colegio o en su instituto para orientar su labor en la vida, podemos imaginar que sus educadores, el ambiente de su antigua escuela, estuvieron atentos a su circunstancia infantil o juvenil –la semilla-, pero sin perder de vista su futuro –el árbol. Parece insignificante la diferencia en este modo de educar con respecto a los otros dos, pero puede ser definitiva, fundamental.
En este sentido, expongo aquí un caso que puede ilustrar la anterior afirmación. Hace unos años, en un foro de enseñantes –y educadores- se presentó el caso de un profesor que a la vuelta de muchos años en los que tuvo que soportar tantos conflictos con sus alumnos, había adquirido al final de su tarea de enseñante un comportamiento agrio y áspero. Esta situación se quiso dar como justificada. Sin embargo, me pareció que algo había fallado en la actuación del citado enseñante: Sin lugar a dudas, el no haber planteado los conflictos con los alumnos como una oportunidad de crecer él y sus pupilos en la tarea educativa.
Según la pedagogía del educador turinés, Don Bosco, se trata de aprovechar las oportunidades para preparar el terreno, no darlo todo por perdido; confiar en los valores que aún quedan por descubrir en el joven. Pues aún en el peor de los casos, un pequeño avance de hoy, puede ser la salvación de la planta, del árbol en el futuro.
Con mi afecto.
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