En
esta ocasión reflexionaremos sobre la
ecología. Pero no sobre sencillamente la
ecología, de la que todos podríamos
decir algo y que está muy bien,
sino de la ecología humana. Porque
algunas veces se nos puede despistar
esta ecología humana que, sin quitarle
el valor de imprescindible para la
vida que tiene la ecología de nuestro
hábitat, posee mucha más importancia que
ésta, sin duda.
¡Hola,
amigas y amigos!
En esta ocasión reflexionaremos sobre la ecología. Pero no sobre sencillamente la ecología, de la que todos podríamos decir algo y que está muy bien, sino de la ecología humana. Porque algunas veces se nos puede despistar esta ecología humana que, sin quitarle el valor de imprescindible para la vida que tiene la ecología de nuestro hábitat, posee mucha más importancia que ésta, sin duda.
La ecología humana registra y exige las condiciones de una vida humana en plenitud, lo mismo que la ecología sin adjetivos registra y exige las condiciones para una vida en plenitud de todo lo que constituye nuestro planeta. Es decir, la ecología humana reclama para el ser humano un ambiente, un clima respirable, en que pueda desarrollar una verdadera vida humana en todas sus manifestaciones.
Estas condiciones se pueden indicar señalando los legítimos derechos de la persona humana, de los que aquí sólo citaremos algunos más relevantes: el derecho al trabajo digno, a disfrutar de un ambiente de convivencia en que se practique el respeto y se pueda respirar en libertad; el derecho a una familia en que se aprenda a amar y a ser libre.
Estas condiciones, estas exigencias están marcadas por la comprensión de la verdad de lo que es el hombre. Cuando comprendemos la grandeza, lo inviolable, lo sacrosanto que es el ser humano, entonces se ha de generar en nosotros lógicamente una actitud básica, la responsabilidad, que nos lleve a defender los derechos de todo ser humano. El transgredir estos derechos no puede quedar impune. Resuena aquí aquella reclamación a Caín: “¿Dónde está tu hermano?”
La ecología humana gestionada con la más atenta responsabilidad es garantía de un ambiente, una atmósfera respirable para el ser humano ahora y con la acertada educación de la misma, una garantía de este mismo clima para el futuro.
Con mi estima.
En esta ocasión reflexionaremos sobre la ecología. Pero no sobre sencillamente la ecología, de la que todos podríamos decir algo y que está muy bien, sino de la ecología humana. Porque algunas veces se nos puede despistar esta ecología humana que, sin quitarle el valor de imprescindible para la vida que tiene la ecología de nuestro hábitat, posee mucha más importancia que ésta, sin duda.
La ecología humana registra y exige las condiciones de una vida humana en plenitud, lo mismo que la ecología sin adjetivos registra y exige las condiciones para una vida en plenitud de todo lo que constituye nuestro planeta. Es decir, la ecología humana reclama para el ser humano un ambiente, un clima respirable, en que pueda desarrollar una verdadera vida humana en todas sus manifestaciones.
Estas condiciones se pueden indicar señalando los legítimos derechos de la persona humana, de los que aquí sólo citaremos algunos más relevantes: el derecho al trabajo digno, a disfrutar de un ambiente de convivencia en que se practique el respeto y se pueda respirar en libertad; el derecho a una familia en que se aprenda a amar y a ser libre.
Estas condiciones, estas exigencias están marcadas por la comprensión de la verdad de lo que es el hombre. Cuando comprendemos la grandeza, lo inviolable, lo sacrosanto que es el ser humano, entonces se ha de generar en nosotros lógicamente una actitud básica, la responsabilidad, que nos lleve a defender los derechos de todo ser humano. El transgredir estos derechos no puede quedar impune. Resuena aquí aquella reclamación a Caín: “¿Dónde está tu hermano?”
La ecología humana gestionada con la más atenta responsabilidad es garantía de un ambiente, una atmósfera respirable para el ser humano ahora y con la acertada educación de la misma, una garantía de este mismo clima para el futuro.
Con mi estima.
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