¡Cuántas
veces al ver el escaso rendimiento de
nuestro trabajo, el flaco resultado de
nuestros esfuerzos, nos desanimamos! Tenemos
la sensación de que no podremos hacer
mucho en la tarea que tenemos
encomendada, sea esta de dedicación a
los hijos, de responsabilidad en el
trabajo, de atención a parientes con
problemas de salud…
Amigas y amigos, nuestra reflexión de hoy va a tratar de que ‘poner de nuestra parte en todo y siempre, con generosidad aquello que podemos, es una buena base para que las cosas funcionen bien’.
¡Cuántas veces al ver el escaso rendimiento de nuestro trabajo, el flaco resultado de nuestros esfuerzos, nos desanimamos! Tenemos la sensación de que no podremos hacer mucho en la tarea que tenemos encomendada, sea esta de dedicación a los hijos, de responsabilidad en el trabajo, de atención a parientes con problemas de salud…
En una palabra, que la tarea es mucha y la aportación personal que podemos ofrecer, la consideramos corta, pobre, pequeña para tanta labor. En este caso, será conveniente repasar aquel texto del evangelio en que Jesús, para probar al discípulo Felipe, le dice: “¿Dónde podríamos comprar pan para dar de comer a todos estos (mucha gente)”? “Con doscientos denarios –prácticamente el salario anual de un jornalero- no compraríamos bastante para que a cada uno de ellos le alcanzase un poco”. -Le contesta el discípulo.
Entonces intervino otro de sus discípulos, Andrés, diciendo: “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es esto para tanta gente?”
La cita del evangelio nos remite seguidamente al poder sobrenatural de Jesús, que obró la maravilla de satisfacer a toda aquella muchedumbre de cinco mil personas.
Sin entrar en este aspecto sobrenatural podemos extraer, sin embargo, de este relato algunas consideraciones. La primera, que Jesús ya sabía el milagro que se podía realizar si en lugar de la observación pesimista de Felipe, se elegía la más realista, del compartir, que insinuó con timidez Andrés. Al Maestro le importó sin lugar a duda contar, como comienzo para resolver el hambre de tanta gente, con la sencilla aportación de aquel muchacho. “Tomó los panes, y después de haber dado gracias a Dios, los distribuyó entre todos”.
Esto del compartir, me recuerda aquel viaje con miembros de la Fraternidad de Enfermos y Minusválidos (FRATER) a Portugal. La encargada de aprovisionar al grupo se despistó y no compró la cena ni en España ni en Portugal. De modo que al llegar a Oporto, las tiendas cerradas, la poca movilidad del grupo… ¡No teníamos cena! ¿No teníamos cena? Poco a poco fueron sacando de sus provisiones personales cuantos tenían algo de comida y la pusieron a disposición de todos. Comimos todos y quedamos satisfechos y aún sobró, como cuenta el evangelio.
La segunda consideración se refiere a que puede haber una enorme desproporción entre quien colabora, como el caso del muchacho de los 5 panes y los 2 peces, y aquello que se ha de realizar. Sin embargo, hay que colaborar con lo que se tenga, aunque sea poco; puede ser, en efecto, –y de hecho ¡tantas veces lo es!- el principio de una estupenda solución, de algo impensable que no se podría haber esperado de tan pequeña aportación.
En este y en otros casos, perdonad que siga insistiendo en nuestra recomendación: ‘Da lo que puedas, date lo que te sea posible; tal vez tu donación, aunque sencilla, una sonrisa, una mirada a los ojos, un gesto, un ¡hola!... sea la salvación para ti y para otros’.
Vuestro amigo
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