Cuando una persona está
en desacuerdo con la otra, la razón
pueden tenerla las dos. Las personas
cometemos muchos errores con aquellos con
quienes nos relacionamos, también con los
más allegados. En realidad es porque
somos analfabetos del corazón. Nos falta
una actitud mental, un fruto de la
voluntad que se llama comprensión. La
comprensión, como se acaba de anotar,
es un movimiento de la voluntad, un
“querer querer”. La verdad es que es
una de las voces más significativas
del verbo amar.
Apreciados amigas y amigos, en esta ocasión intentaremos meternos en el mundo del otro, de la otra, con el fin de entender, de interpretar su modo de ver la vida.
Cuando nos relacionamos con nuestros parientes, amigas, amigos o compañeros de trabajo, vecinos nos puede pasar como a aquellos dos pajaritos posados en un olivo, uno en lo alto y el otro más bien en lo bajo del árbol. El de más arriba veía las hojas verdes, pero el de abajo las veía blancas. Bastó que se juntaran abajo para verlas blancas y volar hacia arriba del olivo para verlas verdes los dos.
En conclusión, cuando una persona está en desacuerdo con la otra, la razón pueden tenerla las dos. Las personas cometemos muchos errores con aquellos con quienes nos relacionamos, también con los más allegados. En realidad es porque somos analfabetos del corazón. Nos falta una actitud mental, un fruto de la voluntad que se llama comprensión. La comprensión, como se acaba de anotar, es un movimiento de la voluntad, un “querer querer”. La verdad es que es una de las voces más significativas del verbo amar.
La comprensión nace de la escucha. Cuando estamos ocupados o distraídos resulta imposible escuchar lo que nos están diciendo. Algunas investigaciones han demostrado, por ejemplo, que en el caso de los padres que se supone están más atentos a los hijos, sólo captan una cuarta parte de de lo que les dice la hija o el hijo.
¿Por qué sucede esto? Pues primero, porque no nos controlamos en nuestros sentimientos, sean estos de enfado, irritación, preocupación… Un niño afirmaba: “Cuando mi mamá tiene sueño, me manda a dormir a mí”. Estos sentimientos actúan de pantalla y no dejan escuchar lo que se nos dice.
¿Cómo debemos acercarnos al mundo del otro? Pues considerando, que “se ha de intentar antes comprender que ser comprendido”. Cada uno tiene necesidad de ser amado a su modo. Permitidme que os cuente una anécdota personal y sin demasiadas referencias. Me encontraba en un embrollo que casi me asfixiaba. Por fortuna se lo conté a una persona muy joven. No me dijo gran cosa. Al menos no me acuerdo. Sólo me comprendió. A los dos días, esa losa que pesaba sobre mí, se desplazó, se me volvió inmensamente ligera.
Hay, claro, que renunciar al agrado que supone el “tener la razón”, y cargar sobre sí lo que siente el otro; renunciar un poco a la felicidad de uno mismo para llevar sobre uno mismo la infelicidad del que nos cuenta “su” vida desde “su” punto de vista.
Con la comprensión hacia otra persona se arroja una luz sobre lo que siente esta y que tal vez no logra expresar, hasta que incluso pueda decir sin decir: ¡Es exactamente eso! Con esta “herramienta” de la comprensión se logra no ser contendientes, rivales de los otros, sino aliados, socios de la empresa de la vida.
Os deseo un inteligente uso de la comprensión, en una palabra, del amor.
Vuestro amigo, Francesc
(1) Adaptación del artículo “Escuchar” de Bruno Ferrero en el Boletín Salesiano.
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