Apreciados amigas y amigos,
hemos despedido el curso escolar.
Probablemente ya nos vayamos dispersando a
nuestros lugares de vacaciones o
emprendamos algún viaje. Eso siempre con
el permiso de la crisis. Son unas
ocasiones de decir “adiós” y desearles
unas buenas vacaciones a quienes se
van de nuestro lado.
Tal vez “adiós” parezca una fórmula más definitiva de perder contacto con quien se despide de nosotros; algo así como decirle al que se va de nuestro lado: ya no nos veremos. Sin embargo, a mi modo de ver entraña un elemento trascendente, que aunque algo estereotipado a veces, viene a significar: queda con Dios, te encomiendo a Dios; no puedo estar contigo, que te acompañe Él.
Esta fórmula tiene un encanto especial, porque es una despedida henchida de sentido. Resuenan aquí aquellos versos del drama de José María Pemán “El Divino Impaciente”, en que Ignacio de Loyola se despide de Francisco de Javier, que se va a las misiones, de esta manera:
Mientras tanto, Javier mío,
porque no nos separemos,
llévame en tu corazón,
que en mi corazón te llevo.
Te emplazo para la gloria,
que para los dos espero,
por la bondad del Señor,
que no por méritos nuestros.
Quedan, creo, en el poema resumidos los sentimientos básicos de la auténtica despedida: el afecto mutuo inquebrantable y el deseo del reencuentro, en este caso en Dios. Porque Ignacio no ve probable volver a ver a Francisco de Javier en esta vida.
De todas formas, en la despedida, cualquier fórmula que se emplee, lo importante es que esté llena del más auténtico afecto, que en el creyente no puede excluir “l’appuntamento” (1), la cita en Dios y con Dios.
Siendo consecuente con esta reflexión, yo también quiero despedirme de ti, amiga, amigo lector diciéndote con todo el sentido: ¡Adiós! ¡Buenas vacaciones!
Tu amigo
(1) “Ti do l’appuntamento come e quando non lo so, (Te doy la cita como y cuando no lo sé)
ma so soltanto que ritorneró” (pero estoy seguro de que volveré).
(Canción de amor italiana).
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