Estimados: amigas y amigos,
aquí estamos en este encuentro quincenal
con vosotros. En esta ocasión os
propongo una reflexión sobre el
comportamiento del saber recibir, de dar
la mano a quien viene de otro
lugar a nuestro barrio, a nuestra
ciudad; tal vez a pocos metros de nuestra
casa.
¡Cuánto agradecemos entonces encontrar el apoyo, la cordialidad, la comprensión de quienes son de la tierra que recién pateas, o que están ya tiempo afincados en ella!
Decía una madre de familia que llegó con sus dos hijos y el marido a esta población de donde escribo: He venido de una zona de Castilla-León. Desde el principio de mi llegada me he sentido en casa; y aunque no tengo parientes aquí, los padres y madres de los compañeros de colegio de mis hijos, enseguida nos han dado su confianza con los brazos abiertos, como si nos hubiéramos conocido de siempre.
Hay situaciones, y más en el momento actual, en que por trabajo, por estudio, o sencillamente –o dramáticamente- porque tienes que emigrar de tu país para mejorar tu situación, para poder vivir o sobrevivir lejos de tu tierra, a veces con el problema de la lengua, con la lejanía de tus familiares y el desconocimiento de las costumbres del lugar a donde llegas… que agradeces, como si fuera un milagro, una ayuda sincera.
Cuando vamos comprobando en nuestros contactos con personas recién llegadas, que este atento recibimiento es de lo más frecuente, y que muchas veces pasa desapercibido, entonces es cuando nos parece que se debe destacar el encanto de esta actitud, que hemos titulado “saber recibir”. Entonces es cuando, por otro lado, quienes hemos disfrutado de ese cordial recibimiento, estamos invitados a mostrar nuestra gratitud a quienes han sido tan espléndidos con nosotros.
A propósito de lo que venimos comentando, os presento el relato de un amigo: -Era ecuatoriana y estuvo al pie del cañón cuidando a nuestra madre. Es verdad que la tratamos muy bien, que le hicimos el contrato de trabajadora domiciliaria. Pero es más lo que representó para nosotros el hecho de que cuidara de nuestra madre. Bueno, a lo que íbamos; un día me vio por la calle, me paró y me dio una bandeja, explicándome: "Este bizcocho lo he hecho para ti. ¡Gracias!" No sabemos, la verdad, si quedarnos con el buen trato del amigo o con la maravillosa gratitud de la hispanoamericana.
Amigo lector, lectora, no sé cuál será tu caso en esto de los recibimientos, pero estoy seguro de que coincidirás conmigo en que este comportamiento de ofrecer una recepción exquisita a los recién llegados, es una realidad encantadora que merece la pena resaltar.
Vuestro amigo
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