Estamos
ya en el “más puro” ambiente
navideño, a escasos días de la
celebración del nacimiento de Jesús de
Nazaret. Celebración y alegría por su
nacimiento, que es el origen de esto
que hoy continúa llamándose Navidad, pero
que es “otra cosa”.
Los únicos que se enteraron –y luego se alegraron inmensamente- fueron unos pastores que velaban al raso sus rebaños. La señal que les dieron era encontrar un niño envuelto en pañales y acunado en un pesebre.
Podemos concluir que el acontecimiento no revistió ni la importancia ni la grandeza que requería. Pero podemos confesar a la vez, que nosotros en grandeza y en importancias no estamos graduados. Con otras palabras, que de esto entendemos bien poco.
Dejémosle a Jesús aclararnos este tema. Porque cuando el Maestro de Nazaret quiere decirnos quién es importante, pone en medio del corro a un niño, lo abraza y dice: “Quien quiera ser importante, sea como él”. Un niño no se complica con pretensiones, títulos, bienes y reconocimientos. Sólo necesita que lo quieran.
Y así es nuestro Dios, conforme nos lo presenta y testimonia Jesús: amigo de los pequeños, servidor de los necesitados; un padre que espera el regreso del hijo que se ha ido a “pacer en otros prados”…para abrazarlo, porque lo echa en falta. Pues la verdadera grandeza está en el corazón; y el corazón grande, generoso se muestra al servir y dar la vida si es necesario por quien la necesita.
Leo en la prensa, estremecido, que en el desastre de la macrofiesta del Madrid Arena, los padres de la joven allí fallecida Cristina Arce, sacando fuerzas de donde no hay, van a dar el pésame a los padres de la última víctima, la menor de 17 años Belén Langdon. ¿Cabe un gesto mayor? ¿Sabremos en alguna ocasión calibrar justamente la grandeza de las personas?
Amigas, amigos, ojalá podamos entender un poco más cuál es la verdadera grandeza de Dios y de las personas.
Vuestro amigo
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