En
esta reflexión quincenal, que me gustaría
fuera un encuentro agradable y sugeridor
de energías positivas, vamos esta vez
a centrarnos en un inestimable valor
de la pedagogía de Don Bosco: la
“cercanía”.
Es una forma muy especial de relacionarnos. Cuando tenemos asumida la cercanía como nuestra manera de relación con los demás, apenas conocemos por primera vez a una persona, espontáneamente nos interesamos por ella, le preguntamos por lo que más le preocupa, o le ilusiona, nos acercamos físicamente, con nuestra simpatía le hacemos partícipe de nuestra vida.
Si ya pasamos más tiempo con una persona porque es nuestra pareja, compañera/o o nuestra amiga/o… entonces nuestra relación tiene más complicidad y surge la confianza y podemos sentirnos cómodos compartiendo secretos, confidencias, ilusiones, afectos…
Estuve no hace mucho en Murialdo (Castelnuovo Don Bosco-Italia). Era marzo. La iglesia estaba fría. Al exterior un sol tibio iluminaba el césped de las colinas de Monferrato. Aquí, al lado de estas paredes estaba la casa de Don Calosso, la del capellán que hospedó al muchacho Juan Bosco de 13 ó 14 años. Juan era feliz: ¡podía estudiar!, hacía con gana todos los trabajos que le pedía el viejo cura y sobre todo disfrutaba porque experimentaba que ser cura no estaba reñido con ser amigo paternal de un muchacho, de ayudarle a descubrir cómo era y animarle a progresar.
Aún parece que resuenen aquí mismo aquellas palabras de Juan: -Usted no me castiga. Y la réplica de Don Calosso que, delantal encima de la sotana, mientras preparaba la comida para los dos, contestaba: -¡Conque no te castigo! ¡A estudiar! Que tienes que ganarte lo que vamos a comer.
Juan fue feliz. Pero sabemos por la historia que la presencia de Don Calosso duró unos meses, pues falleció pronto. Para Juan Bosco esto fue “otra vez a empezar”. Sin embargo esta experiencia de la cercanía de Don Calosso le acompañó desde entonces toda su vida.
Juan Bosco fue él mismo un modelo de esta cercanía, la practicó con sus jóvenes y la aconsejó a sus colaboradores y a sus alumnos. La importancia de esta práctica educativa es tal que el ambiente educativo no sería de verdad según el estilo de Don Bosco, si no se pusiera en práctica este valor, sin que se alcanzaran con él esos momentos de felicidad, de sinceridad, de confianza que se obtienen con la cercanía de quienes conviven en la escuela del gran educador turinés, o en otros ambientes, inspirados en esta misma escuela.
Nosotros podemos, afortunadamente, también beneficiarnos de practicar este estilo, este valor de la cercanía, ¡faltaría más! Solo necesitamos dar el primer paso, y no esperar que la timidez, el egoísmo o el mal humor nos priven de este ejercicio de felicidad de poder compartir con todo el mundo.
Vuestro amigo
No hay comentarios:
Publicar un comentario