Estimada
amiga, amigo, ¿qué tal? Espero que
feliz. Con esta intención de que lo
estés, te escribo la presente reflexión
quincenal. En ella trataremos de comprender
el arte de Don Bosco en acercarse
con tanto cariño y a la vez
inteligencia a los jóvenes.
Se
puede designar como “bondad” la manera
que tenía Don Bosco de tratar a
los chicos del Oratorio de San
Francisco de Sales de Turín. Para llegar
a su comprensión, afortunadamente tenemos
una descripción maravillosa, escrita por
Don Caviglia:
“Hablo de la clase de bondad que es acogedora, humilde, cordial, cariñosa y a la vez paternal, maternal, fraternal. No hablo del tipo de bondad condescendiente, sino de la que atrae a las personas, de la clase (de bondad) que deja lugar para el otro”.
En esta estupenda descripción afloran los aspectos positivos de la bondad que desarrollaba el Padre y Maestro de la juventud: su bondad era “acogedora” ya desde el primer momento en que contactaba con el joven. Se presentaba con la sencillez, con la “humildad” de quien reconoce sinceramente la importancia del chico que tiene delante. Es “cordial” e intenta llegarle al corazón al muchacho, escuchando sus latidos. Deja espacio para el “cariño”, esa clase de amor espontáneo, a veces un tanto impulsivo y que precisa exteriorizarse.
Pero bondad que siempre se adapta a las circunstancias que necesita el muchacho: ofreciéndole la firmeza del “padre”; comprendiendo y si es el caso consolando, atendiendo “al más pequeño” (al más necesitado) como una “madre”; o permitiendo de igual a igual, como un “hermano” las expansiones, los sanos gustos, el juego y el buen humor.
“En una palabra- concluye Don Alberto Caviglia- él amaba y nosotros sentíamos el poder de su amor”.
Pensamos que nos viene de perlas, para ilustrar esto que nos comenta Caviglia sobre la bondad de Don Bosco, presentar aquí el relato del primer encuentro con el santo educador, de otro gran colaborador suyo, Juan Bautista Francesia. Él nos lo cuenta:
“Yo fui por primera vez al patio del Oratorio, invitado por otro muchacho vecino mío y allí me puse a jugar, sin más. ¡Cuánto me divertí! Pero en lo mejor, sonó la campanilla. Vi correr como por encanto a todos los que estaban a mi alrededor. Creyendo que yo también debía huir, corrí por donde me pareció y fui a caer, para mi ventura, junto a Don Bosco, que avanzaba para contener aquella oleada de muchachos que parecía huir no sabría adonde. E inmediatamente me dijo:
-¿Cómo te llamas?
-Bautista.
-Por ahora ven conmigo.
Y me llevó a la función que se hacía por la tarde. Después de la función vi a muchos (chicos) mayores que después fueron amigos míos, que estaban alegremente alrededor de Don Bosco. Una fuerza misteriosa me arrastraba hacia él. Un poco después, aquella pequeña reunión se movió llevando a Don Bosco en medio y salió del Oratorio hacia la calle… La luna era hermosa y ya enviaba sus pálidos rayos, y yo pensaba en la poesía de lo vivido… en aquella paz que acababa con la tarde y tal vez para siempre.
Saludé a Don Bosco diciéndole confusamente: “Ciao* Don Bosco” con admiración de los circunstantes. “¿Qué dices? Debes tratarle con respeto”. Pero Don Bosco no se molestó; me acarició, excusándome la descortesía. Después de este mi acto de valor, me alejé saltando un pequeño foso…”
Amiga, amigo te deseo que gustes un poco de esa felicidad del chaval Bautista Francesia, que después de conocer a Don Bosco, le hacía saltar aquel pequeño foso, festejando así su encuentro con él.
Vuestro amigo,
Francesc
(*) “Ciao” es un saludo familiar y confidencial entre quienes se tratan de tú.
“Hablo de la clase de bondad que es acogedora, humilde, cordial, cariñosa y a la vez paternal, maternal, fraternal. No hablo del tipo de bondad condescendiente, sino de la que atrae a las personas, de la clase (de bondad) que deja lugar para el otro”.
En esta estupenda descripción afloran los aspectos positivos de la bondad que desarrollaba el Padre y Maestro de la juventud: su bondad era “acogedora” ya desde el primer momento en que contactaba con el joven. Se presentaba con la sencillez, con la “humildad” de quien reconoce sinceramente la importancia del chico que tiene delante. Es “cordial” e intenta llegarle al corazón al muchacho, escuchando sus latidos. Deja espacio para el “cariño”, esa clase de amor espontáneo, a veces un tanto impulsivo y que precisa exteriorizarse.
Pero bondad que siempre se adapta a las circunstancias que necesita el muchacho: ofreciéndole la firmeza del “padre”; comprendiendo y si es el caso consolando, atendiendo “al más pequeño” (al más necesitado) como una “madre”; o permitiendo de igual a igual, como un “hermano” las expansiones, los sanos gustos, el juego y el buen humor.
“En una palabra- concluye Don Alberto Caviglia- él amaba y nosotros sentíamos el poder de su amor”.
Pensamos que nos viene de perlas, para ilustrar esto que nos comenta Caviglia sobre la bondad de Don Bosco, presentar aquí el relato del primer encuentro con el santo educador, de otro gran colaborador suyo, Juan Bautista Francesia. Él nos lo cuenta:
“Yo fui por primera vez al patio del Oratorio, invitado por otro muchacho vecino mío y allí me puse a jugar, sin más. ¡Cuánto me divertí! Pero en lo mejor, sonó la campanilla. Vi correr como por encanto a todos los que estaban a mi alrededor. Creyendo que yo también debía huir, corrí por donde me pareció y fui a caer, para mi ventura, junto a Don Bosco, que avanzaba para contener aquella oleada de muchachos que parecía huir no sabría adonde. E inmediatamente me dijo:
-¿Cómo te llamas?
-Bautista.
-Por ahora ven conmigo.
Y me llevó a la función que se hacía por la tarde. Después de la función vi a muchos (chicos) mayores que después fueron amigos míos, que estaban alegremente alrededor de Don Bosco. Una fuerza misteriosa me arrastraba hacia él. Un poco después, aquella pequeña reunión se movió llevando a Don Bosco en medio y salió del Oratorio hacia la calle… La luna era hermosa y ya enviaba sus pálidos rayos, y yo pensaba en la poesía de lo vivido… en aquella paz que acababa con la tarde y tal vez para siempre.
Saludé a Don Bosco diciéndole confusamente: “Ciao* Don Bosco” con admiración de los circunstantes. “¿Qué dices? Debes tratarle con respeto”. Pero Don Bosco no se molestó; me acarició, excusándome la descortesía. Después de este mi acto de valor, me alejé saltando un pequeño foso…”
Amiga, amigo te deseo que gustes un poco de esa felicidad del chaval Bautista Francesia, que después de conocer a Don Bosco, le hacía saltar aquel pequeño foso, festejando así su encuentro con él.
Vuestro amigo,
Francesc
(*) “Ciao” es un saludo familiar y confidencial entre quienes se tratan de tú.
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