miércoles, 25 de diciembre de 2013

LA COMPASIÓN, UNA ACTITUD DIVINA




Podemos pensar que la compasión es una actitud de los débiles, ya que huyen de lo prioritario en la acción social, que es luchar para que se reconozcan de forma efectiva los derechos de cualquier persona, por la justicia.




Siendo este pensar acertado, sin embargo, la justicia no entraña de por sí tal cercanía a los problemas, a la situación de la persona que nos implique quedar afectados por ello. Y procurar esta proximidad a las personas es la respuesta realmente humana y esencial. Quien es de verdad compasivo no descarta la justicia, sino que lucha igualmente por los derechos de la persona que atiende.

Basta que sigamos, por poco que sea, las noticias sobre el papa Francisco para comprender que no podemos soslayar sus ejemplares actos de humanidad cuando nos referimos a esta actitud de la compasión. Para resumir la esencia de las acciones del actual papa, tendríamos que decir que Francisco coloca en su obrar la humanidad antes que lo religioso, o expresado de otro modo, que lo que es auténticamente humano es lo que verdaderamente pide Dios.

Se ha dicho en el titular de la reflexión que la compasión es una actitud divina. Y así es. El evangelio, para que no andemos con rodeos en nuestro actuar, nos invita de este modo: -“Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo”. O bien, <mirad a los demás con ojos compasivos, conforme la mirada que tiene vuestro Padre sobre todas sus hijas y sus hijos>. Y que conste, para acertar mejor, que el colectivo de “los demás” se refiere especialmente a los que conviven con nosotros.

En una ocasión una joven le pidió a un educador poder hablar con él. El educador le respondió que la atendería inmediatamente, pero que le esperara porque iba a arreglar unos asuntos que no podía dejar. Y embebido con esas cosas que no podía dejar, se olvidó de lo que había prometido a la chica. Ella después de una espera, se marchó y ya nunca más tuvieron ocasión de hablar. 

-Pero, hombre, ¿cómo no le miraste a los ojos? Hubieras captado la importancia de su problema, tal vez de su desasosiego, de su desesperanza. Por supuesto hubieras pasado a un segundo plano lo que llevabas en tu “agenda”, y sobre todo, habrías escuchado a la muchacha, dejando que te expresara la hondura de su pesar; le habrías permitido que se desahogara. Esto podría haber representado su salvación. 

¿Por qué tenemos estos deslices, estos olvidos, este despiste en “adivinar” las necesidades de los demás? –Porque en ese momento no consideramos que la otra, el otro es igual que nosotros, y en ocasiones, con la misma precariedad que nosotros. Nos pueden nuestros intereses, nuestra vanidad… Todo esto que se resume en lo que podríamos definir como egocentrismo; es decir, tenernos por centro, por sumidero de nuestra propia actividad. 

Con esta egocéntrica orientación, en esos momentos en que otra persona nos solicita ayuda, ya vemos, no somos fuente, manantial para acercarnos todo lo que hace falta al próximo (al otro) para mirarle a los ojos, para escuchar los latidos de su corazón y ofrecerle un poco del agua fresca que necesita. 

La presente reflexión te invita -al que esto escribe, el primero- a revisar tu actitud de compasión, de quedar afectado por la situación de nuestros “próximos”. 

Amiga, amigo: ¡Feliz Año Nuevo 2014!

Vuestro amigo
Francesc
 

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