La educación no consiste
en corregir los defectos, en insistir en que los corrija el educando, sea hijo
o alumno. Eso no le va a cambiar. La educación consiste en desarrollar lo bueno
que el educando muestra para que con esa fortaleza pueda dominar sus flaquezas.
Y esta estrategia vale para toda persona.
En concreto, consiste en desarrollar
sus valores, sus motivaciones positivas, como la amabilidad, la confianza, la libertad
de elección, el respeto por la vida, la esperanza, todas ellas voces del verbo
amar.
En cierta ocasión, una
persona pasó por un campo deportivo en que un entrenador, -un buen entrenador,
por lo que se dirá-, estaba desarrollando su tarea. Como esta persona tenía
confianza tanto con el entrenador como con sus jugadores, se le ocurrió decirle
a uno de estos deportistas que había fallado: -¡Qué fallo, hombre! Pero el
entrenador, para confusión de esta persona, le anuló dirigiéndose así al
deportista: -¡Bien, chaval, sigue intentándolo; tú puedes!
Si queremos consolidar lo
bueno en aquellos a quienes educamos, o sencillamente en una persona con quien
nos relacionamos, es imprescindible alabárselo. Cuando encontremos algo bueno
en los hijos, en los alumnos, en los amigos, o en general, en aquellos con
quienes convivimos, hemos de decírselo. Porque evidentemente, todos tenemos
cosas buenas y malas. Pero si hacemos un listado de las buenas y otro de las
malas, predominará con toda seguridad lo bueno con respecto a las deficiencias
que podamos observar en cualquier persona.
Muchos padres aman a sus
hijos, pero nunca se lo dicen. Por supuesto, se tiene que querer a los hijos;
también a los niños o jóvenes a quienes educamos y además, debemos estimar a aquellos
con quienes nos relacionamos. Pero es muy importante que todos aquellos a
quienes atendemos, sepan que los estimamos; esto ¡es esencial!
Lo mismo que prodigar el
aplauso, la alabanza, como hemos anticipado ya. Pues el aplauso es la forma más
eficaz de consolidar lo bueno que tienen las personas. El aplauso, por ejemplo,
en el escenario habremos observado que es como una caricia psicológica con la
que los pequeños artistas –y también los menos pequeños- adquieren confianza en sí mismos.
Es muy sencillo practicar
el ser positivo. Por ejemplo, si casualmente observamos que un chico, o una chica ha leído
bien en público, tenemos la oportunidad y no nos cuesta nada decirle: -Lo has
hecho bien; lo has dicho como un buen locutor de radio, o como una buena
presentadora de televisión. Comprobaremos que esta manera positiva de hablarles
funciona de maravilla y les ayuda a avanzar en su desarrollo como personas.
Ahora bien, hay que decírselo de tal manera que sepan que aún hay tarea por delante; no conviene hacerles creer que ya han llegado a la cumbre. Es lo que hubo que explicarle a un chico llamado Pelé, que jugaba muy bien al fútbol y que como tal había salido en los papeles locales. Su entrenador le dijo aparte: -Si te lo crees, ha acabado tu carrera. Hizo caso, ¡y vaya si ha conseguido ser una persona respetable y rey del fútbol!
Ahora bien, hay que decírselo de tal manera que sepan que aún hay tarea por delante; no conviene hacerles creer que ya han llegado a la cumbre. Es lo que hubo que explicarle a un chico llamado Pelé, que jugaba muy bien al fútbol y que como tal había salido en los papeles locales. Su entrenador le dijo aparte: -Si te lo crees, ha acabado tu carrera. Hizo caso, ¡y vaya si ha conseguido ser una persona respetable y rey del fútbol!
También en todo esto de ser positivo, es válida aquella
sentencia de Francisco de Sales: “Se cazan más moscas con una gota de miel que
con un barril de vinagre”.
Por tanto, amiga, amigo,
¡a ser positivo!, a alabar, a aplaudir lo bueno de la gente. Yo también me
apunto el primero a esto de ser positivo: Apreciada lectora, apreciado lector,
te estimo y estoy feliz de considerarme
Tu amigo,
Francesc
(1)
Adaptación
del artículo de José Antonio San Martín en el Boletín Salesiano
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