Descubrir el amor del Maestro |
Al través del tiempo hay muchos quienes han descubierto el Amor de
Jesús de Nazaret: Pablo de Tarso, Juan de la Cruz, Ignacio de Loyola, Don Bosco, Teresa de Calcuta… Y han intentado dar una respuesta personal al Maestro que los amaba. En
resumen, una historia de amor. Trataremos de ver, de adivinar por lo menos,
esta historia de amor que aún se hace presente y nueva hoy.
Es una historia de amor. Porque sin palabras, tanto la sobrecogedora naturaleza, -el amanecer, la noche de luna-, como las conmovedoras sorpresas humanas se transforman en llamadas al corazón oyente, para decirte Jesús que te ama y que quiere estar contigo. Pero de todas esas señales de amor la que nos llega más es la de la cruz; es la marca de su extraordinario amor, porque ha dado la vida por quienes ama.
¿Alguna vez, ante el
desvalimiento, la precariedad de alguien a quien amas no has prometido dar la
vida por ella, por él? ¡Qué atrevimiento, ¿no?! Porque esto ya le pasó a Pedro,
que le dijo al Maestro: -¡Daré mi vida por ti! -¿Que darás tu vida por mí?
Antes de que el gallo cante dos veces, me negarás tres, -le advirtió Jesús. Y
es que nuestro amor es eso, un amor humano, débil, que sucumbe y traiciona, que
niega, o aún peor, que cae en el olvido. Pero Jesús nos quiere
mostrar su amor fiel, indiviso; su amor de amante hasta darse a sí mismo. Al
menos Pedro lloró su traición al Maestro. Porque él sí que sabía que Jesús lo
amaba; y que lo amaba hasta dar la vida por él.
Entre quienes han
descubierto que Jesús les amaba, hay en especial una mujer, María de Betania.
Ella quedó fascinada por el amor del Señor. Se encontraba en su casa a los pies
del Maestro, escuchando sus palabras consoladoras y verdaderas. Su hermana
Marta servía y Lázaro, el hermano de las dos estaba a la mesa con Jesús. Juan
nos cuenta lo que sucedió:
Y la casa se llenó con la fragancia del perfume |
“Jesús, seis días antes de la
Pascua, fue a Betania, donde estaba Lázaro, a quien había resucitado Jesús de
la muerte. Le ofrecieron allí una cena, y Marta servía; Lázaro era uno de los
que estaban sentados con él a la mesa. Entonces María, tomando una libra de
perfume de nardo auténtico de mucho precio, le ungió los pies a Jesús y le secó
los pies con el pelo. Y la casa se llenó con la fragancia del perfume.
Pero Judas Iscariote, uno de sus
discípulos, el que iba a entregarlo, dijo:
-¿Por qué razón no se ha vendido
ese perfume por trescientos denarios de plata y no se ha dado a los pobres?
Dijo esto no porque le importasen
los pobres, sino porque era un ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que
echaban.
Dijo entonces Jesús:
-¡Déjala!, que lo guarde para el
día de mi sepultura; pues a los pobres los tenéis siempre entre vosotros, en
cambio a mí no me vais a tener siempre.”
María no calculó; como
suele pasar con los enamorados, quienes no tienen en cuenta la matemática.
María se dejó llevar de su amor, y su corazón decidió darle a su Señor lo más
valioso que tenía guardado para ella, el perfume de nardo auténtico. El Señor
le hizo un guiño de lo que ella ya sabía: -¡Déjala!, que lo guarde para el día
de mi sepultura. Es decir, que María, figura y modelo de todo discípulo de
Jesús, no olvide después de su resurrección, que el Maestro ha dado la vida por
él, por ella.
Amiga, amigo, ¡ojalá nos
viéramos envueltos –yo creo que sí- en esta historia de amor; la historia mayor
de amor jamás experimentada!
Vuestro amigo,
Francesc
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