Estamos a principios de
enero -por cierto, ¡Feliz Año 2015!- mes en que los amantes del gran educador Don Bosco le dedican sus días
para celebrarlo. Su festividad es, con todo, el 31 de este primer mes del año.
Y se celebra con gran alegría, pues su estilo de tratar a los jóvenes se
reconoce como un precioso regalo para la humanidad. No está mal dedicarle un
espacio y unos minutos en esta reflexión quincenal. Nos puede ayudar a bucear
en el interior del Padre y Maestro de la juventud.
¿Qué
hay en el interior de Don Bosco? Las raíces de su vida, y por tanto de su proyecto
educativo -gracias a Dios tan difundido por sus numerosos seguidores en todo
el mundo- son esencialmente cristianas. Su modelo es Jesús, el Buen Pastor. Al
final de un episodio que relataremos, y del que salió milagrosamente vivo, Don
Bosco descubrirá con lucidez su vocación. En aquel momento hará esta rotunda
promesa: “He prometido al Señor que, hasta el último aliento, estaré al
servicio de mis pobres muchachos”.
Desde entonces su entrega será generosa, su donación total para quienes se siente
llamado por Dios. Pero lo que en esta ocasión se quiere resaltar es que
los destinatarios preferidos de su servicio son “sus pobres muchachos”. Don
Bosco pondrá todas sus energías, físicas, intelectuales y de corazón a
disposición de los “más pobres y abandonados”. Si lo queremos expresar de otra
forma: el Padre de la Juventud había entendido aquellas palabras de Jesús
cuando la “multiplicación de los panes y peces”: “Y al desembarcar vio (Jesús)
una gran muchedumbre y se compadeció [padecer con] de ellos, porque eran como
rebaño que no tiene pastor, y se puso a enseñarles con calma”.
Jesús
ayudó a los pequeños y agobiados: cojos, ciegos, leprosos, viudas desamparadas,
ajusticiados, paralíticos, angustiados, enfermos; y si se acercó a gente de otro
nivel fue por su condición de “pecadores”: ladrones, prostitutas que sentían el
peso de su “culpa” y andaban también desorientados y angustiados.
De
acuerdo a esto, el gran educador de los jóvenes sintió como propias las
necesidades de los jóvenes concretos de la periferia de Turín en los años de la
primera industrialización. Y se acercó a ellos para darles el alimento del
cuerpo y el alimento del espíritu que necesitaban. Cosa, que no es tan fácil
realizar. Es ya una ayuda preciosa educar a un joven durante cierto tiempo.
Pero si no se le educa para toda su vida, si no se llega a padecer-con-él sus
miserias, sus deficiencias, sus tristezas y también sus ilusiones...Si el educador no se entrega como un
padre, como un amigo, como una madre, la ayuda a ese joven, a esa chica queda a medio
camino. Don Bosco se entregó así de entero, fue el buen pastor de cada
muchacho, y del ambiente que se vivía en su Oratorio, es decir, de todo el
rebaño.
Pero,
¿no se iba a contar el suceso que provocó esa tan fuerte promesa de Don Bosco?
–Sí. Fue este: Los primeros años de su trabajo educativo con los jóvenes de Turín
fue agotador. Aparte de la falta de recursos, tampoco disponía de un lugar fijo y menos
todavía de un edificio donde cobijarlos y de un patio propio donde pudieran divertirse.
Estaba solo y habiendo de remediar tanta necesidad de todo tipo para sus
muchachos… llegó un momento en que no pudo más y cayó al suelo desvanecido.
Cuando recobró el conocimiento habían pasado
muchas horas, los muchachos no habían parado mientras tanto de rezar y hacer
promesas para que no falleciera y les dejara solos… Don Bosco entonces vio
claro que el que siguiera con vida se lo debía a ellos, ¡les debía la vida!
Amiga,
amigo si no tenemos una llamada tan exigente como la del fantástico educador
Don Bosco, por lo menos su actitud vital nos anima a entregarnos, a amar cuanto más podamos.
Vuestro
amigo
Francesc
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