Don
Bosco ejercía una fascinación total hacia cualquier persona. Su poderoso
atractivo incluía jóvenes y adultos de todas las condiciones. Su capacidad de
enamorar, siempre conservando los límites, era incuestionable. Y lo más curioso
es que tenía ese poderoso atractivo, aunque no lo conocieran personalmente, en
América Latina o en España; en Francia o en Italia. Y lo más inusitado, es que
esa fascinación llega hasta nosotros en este lejano 2015 en que se cumplen nada
menos que 200 años de su nacimiento. Su bicentenario.
Don Bosco era “una
personalidad simpática, atrayente, rica en afectividad intensísima, siempre
controlada, sin embargo expresada, comunicada, visible”, según palabras del
salesiano historiador Francesco Motto (1), que sigue así: "Don Bosco era amadísimo por sus muchachos,
por eso no es de extrañar que monseñor Gastaldi escribiera en un periódico en
1849: “Ningún padre recibe más caricias de sus hijos, todos le rodean, todos
quieren hablarle, todos besarle la mano”.
Se tienen testimonios de
estas afirmaciones. El autor salesiano antes señalado nos refiere el
siguiente, del antiguo alumno de Don Bosco de 45 años, quien habiéndose
hecho militar y profesor militar, escribe así a su exdirector de Valdocco, con
quien se había encontrado poco antes:
“Mi querido Don Bosco: sin
duda tendrá razón en quejarse de mí; sí, pero crea que siempre le he querido, y
le querré. Yo encuentro en usted todo consuelo y admiro sus gestos desde lejos,
pero nunca he hablado ni he permitido hablar mal de usted; siempre le he
defendido. Veo en usted a quien dirigía mi alma en cualquier circunstancia;
quedé confundido, estático, electrizado ante sus razonamientos; fueron fuertes
y sentidos: dejó en mí un desconcierto y me dejó fascinado hasta el punto de
ver que siempre me ama apasionadamente. Sí, querido Don Bosco. Creo en la
comunión de los santos (según la cual el bien de todos los-as cristianos-as se
comparte); nadie mejor que usted sabe y conoce mi corazón y podrá decidir. Por
esto concluyo: aconséjeme, ámeme, perdóneme y encomiéndeme a Dios, a Jesús, a
María Santísima (…). Le mando un beso de corazón y le hago profesión de fe de
que le quiero mucho”.
Pero también desde Brasil el
gran misionero salesiano Don Lasagna escribía en 1883: “Es tan grande el
entusiasmo y la estima que tiene aquella gente (de Río de Janeiro) por Don
Bosco, que a sus ojos le basta que uno sea su hijo (salesiano) para que deba
ser un santo y un talento”.
En fin, todo este desbordante afecto es producto del
manejo del cariño y la dulzura propia de Francisco de Sales, y que da nombre a
la familia salesiana.
En cuanto a la distancia en
el tiempo, se puede afirmar que aquello que da sentido a un antiguo alumno salesiano, aún
hoy día, no es la unión a sus maestros –que tiene su bien valorado puesto-, sino
el amor de Don Bosco. Con razón, los jóvenes que han conocido a Don Bosco disfrutan en corear: ¡Se nota, se siente, Don Bosco está presente!
Siempre es posible hacer más
vibrantes las cualidades del corazón en cada uno, intentando agradar, compartir
de tal manera con quienes se convive, que se pueda decir que más que amigas-os,
son hermanas-os, hijas-os, padres o madres, por la intensidad de nuestro cariño
hacia ellos.
Vuestro amigo,
Francesc
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