El perdón ha de consistir en una
actitud que nos lleve a un ejercicio, a una práctica diaria del mismo. Los niños no se equivocan: Al preguntar a los alumnos de la clase cuándo hemos de perdonarnos, un alumno responde decidido: -"Cada día".
Seguimos lanzando otra pregunta al alumnado: ¿qué pasaría si no pidiéramos
perdón, si dejáramos de hacerlo? Esta vez la respuesta es de una alumna: –"Estaríamos
tristes".
Con todo, aunque queramos librarnos
de la tristeza, no es fácil en muchas ocasiones pedir perdón: nos falta humildad
y nos sobra orgullo. O bien, de otra manera, carecemos del valor que supere nuestro miedo a
confesarnos responsables de una mala actitud. Mala actitud que ha engendrado una
mala acción.
Pero si superamos el orgullo, el
miedo nos encontraremos siempre con una agradable sorpresa. Resulta que el
perdón siempre trae un bonito regalo aparejado. La alegría que damos a quien
pedimos perdón se torna en una felicidad para nosotros que nos llena de
un desbordante manantial de esperanza y de vida.
En la película DON BOSCO de
Lodovico Gasparini, el joven Juan (Cagliero) y el joven expresidiario Enrique
se enzarzan en una pelea seria. Don Bosco tampoco puede enderezar a Enrique,
que acaba separándose del grupo de chicos que atiende.
En esta situación conflictiva, Don Bosco y Juan Cagliero protagonizan la escena que sigue: Don Bosco está
en su habitación arrodillado y con los codos apoyados en la cama. De la pared junto al
cabezal pende el crucifijo. Don Bosco le lanza una mirada con los ojos empañados y pide al Señor perdón por no
haber podido retener a Enrique, y le suplica:
-¡Señor, haz que vuelva Enrique!
-¡Señor, haz que vuelva Enrique!
En este momento llama a la puerta
y entra Don Cafasso, su director espiritual:
-Juan, el joven Cagliero quiere hablar contigo.
–Déjele pasar –contesta Don Bosco.
Entra el joven, silencioso y apenado. Don Bosco se dirige a él con tono que inspira confianza:
-Dime, ¿qué ocurre?
Cagliero se desahoga con su amigo Don Bosco:
-"Es culpa mía que Enrique se haya escapado. No debí meterme".
Su educador le disculpa: -"No, Juan, no es culpa tuya".
Entonces Cagliero le manifiesta:
-"Quisiera confesarme, pero no sé cómo se hace... ¿Puede ayudarme?"
Don Bosco le explica:
-"No es difícil. ¡Siéntate!... Bien…, imagínate que le has hecho daño a un amigo tuyo. ¡No!, ¡a tu mejor amigo! Lo sientes porque crees que todo esto ha terminado. Pero hablas con él y le pides perdón. Y él te abraza, te perdona y así volvéis a ser amigos. Sí, amigos como antes. ¡No!, ¡mucho más que antes!"
Cagliero pregunta con timidez:
"¿Y este mejor amigo es Jesús?"
Su amigo y educador lo afirma primero con la cabeza, y luego de una pausa, musita:
-"Sí".
-Juan, el joven Cagliero quiere hablar contigo.
–Déjele pasar –contesta Don Bosco.
Entra el joven, silencioso y apenado. Don Bosco se dirige a él con tono que inspira confianza:
-Dime, ¿qué ocurre?
Cagliero se desahoga con su amigo Don Bosco:
-"Es culpa mía que Enrique se haya escapado. No debí meterme".
Su educador le disculpa: -"No, Juan, no es culpa tuya".
Entonces Cagliero le manifiesta:
-"Quisiera confesarme, pero no sé cómo se hace... ¿Puede ayudarme?"
Don Bosco le explica:
-"No es difícil. ¡Siéntate!... Bien…, imagínate que le has hecho daño a un amigo tuyo. ¡No!, ¡a tu mejor amigo! Lo sientes porque crees que todo esto ha terminado. Pero hablas con él y le pides perdón. Y él te abraza, te perdona y así volvéis a ser amigos. Sí, amigos como antes. ¡No!, ¡mucho más que antes!"
Cagliero pregunta con timidez:
"¿Y este mejor amigo es Jesús?"
Su amigo y educador lo afirma primero con la cabeza, y luego de una pausa, musita:
-"Sí".
El regalo que trae en las manos
el perdón se aprecia en esta frase que dirige el estupendo educador al joven
Cagliero: “Y él te abraza, te perdona y así volvéis a ser amigos. Sí, amigos
como antes. ¡No!, mucho más que antes”. La alegría del abrazo, del sincero perdón
del amigo cuya relación ya no es solo igual que antes, sino mejor que antes... es precisamente el inapreciable regalo del perdón.
Apreciada amiga o amigo,
quisiera, empezando por mí, que la felicidad que trae el perdón estuviera
continuamente en el centro de tu día a día. Para ello sería bueno enfrentarse
con el miedo a ser 'destronado' y venecer el orgullo propio. Pero después de arrostrar el dolor que supone nuestro "abajamiento" -en realidad es ponernos donde nos corresponde- de pasar por esta prueba, vale la pena disfrutar del regalo de la unión, de la fraternidad, de la reconciliación, ¿no?
Tu amigo
Francesc
Bellísimo, saber y sentir que en el sacramento de la Reconciliación Jesús nos da un abrazo apretado.
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