DOMINGO SAVIO (SANTO)
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Cuando empezamos un año nuevo, no es extraño que alguien diga
este lema español: ‘Año nuevo, vida nueva’. Se podría entender este dicho
popular como la oportunidad, mejor aún, la necesidad de proponernos mejorar en
nuestra orientación vital. Más en concreto, “hacer unos buenos propósitos para
el año que empieza". Pero también comprobamos en la mayoría de las ocasiones, que
estos buenos propósitos no nos duran más que unos días. ¿Qué hacer para que
perduren? Nos parece que si los comparamos con unas luces cuyas mechas están
empapadas en aceite, lo que deberíamos fundamentalmente hacer es no descuidar
rellenar de aceite el vaso, con la frecuencia que se necesite.
Además, la experiencia nos dice que las promesas han de ser pocas: todo lo más, dos o tres. Y si no las concretamos en qué tiempo, en qué lugar, con qué personas, lo más probable es que no sean eficaces. Tienen que ser también sencillas y que abarquen un campo importante para nuestro propio crecimiento. Si son pocas, mejor, pues el que “mucho abarca, poco aprieta”; no podremos con tanta carga.
Y también es la experiencia, la que nos indica que si se mejora con sinceridad en un aspecto, esta dinámica repercute en toda nuestra conducta. Si se compromete alguien, que advierte poca amabilidad en su relación con la gente, a saludar con más amabilidad, seguro que no solo en esta atención con los demás, sino en el resto de contactos con el personal, será más amable.
Un ejemplo de un buen propósito, en referencia al saludo,
podría ser este: “Por la mañana –tiempo- al entrar al trabajo –espacio-
saludaré amablemente a mi compañero de faena”- persona. Si la persona que se haya hecho dicha promesa
no adelanta en comprensión, en amabilidad, en atención, será seguro que no ha tomado con formalidad su iniciativa de
saludar a su compañero o compañera de trabajo, cada día, la primera vez se
encuentra allí con él o con ella.
Saber de alguien que haya hecho sinceramente un propósito, no
es fácil. Casos de propósitos cumplidos los encontramos solo porque las personas
que los cumplieron nos confiaron su secreto. O porque otros confidentes suyos nos los
han revelado.
Este es el caso de Domingo Savio, del cual el mismo Don Bosco
nos descubre su propósito. Domingo, jovencito preadolescente, quedó impresionado por su
nuevo maestro, Don Bosco, cuando se encontraron por primera vez, que al acabar
de conocerle, le dijo: -Creo que aquí hay un buen paño. -¿Y qué hará usted con
él? – le preguntó Domingo. –Haremos un buen traje para regalárselo al Señor
–sentenció el maestro y buen “sastre”. Domingo Savio entendió con esta
respuesta que debía ser santo. De tal
manera fue tenaz en su propósito que en la carta que solían escribir para los
Reyes Magos los chicos de la obra de Don Bosco –el Oratorio-, Domingo escribió
en el papelito (en que los muchachos le pedían a Don Bosco los más variados
regalos) –Le pido que me haga santo.
Don Bosco (que, por cierto, en cuyo mes festivo estamos)
fue concretando y dirigiendo a Domigo en su impresionante propósito, para un chaval de
catorce años.
¡Hala, a hacer pocos y concretos propósitos para este 2016,
que nos llenen de sentido y de auténtica felicidad! ¡Feliz Año Nuevo, amigos
lectores!
Tu amigo,
Francesc
(1) Las dos fotografías son de la película "Don Bosco" de Lodovico Gasparini
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