Una de las primeras obras de misericordia es “enseñar al que
no sabe”. Pero, ¿qué hay que enseñar y cómo? Quien enseña ha de conocer las
posibilidades (la mentalidad) de aquel a quien quiere enseñar, y en
consecuencia, instruirle en lo que le conviene que aprenda; y en la manera en que lo necesita.
El enseñar requiere la sencillez. Y aun mostrando lo que hay
que aprender con las palabras justas y claras, puede suceder que el / o la aprendiz no
haya captado los mensajes. Por eso, el buen maestro ha de verificar continuamente
que el alumno le ha entendido. Debe saber, además, que cada cual aprende a su
manera y que para apropiarse de las enseñanzas, emplea su tiempo, que no es el
mismo para todos.
Aquello que más importa aprender, -y por tanto, enseñar-,
nos lo dice Juan Pablo II (santo): “Lo más urgente hoy es llevar a los hombres
a descubrir su capacidad de conocer la verdad y (a despertar) su anhelo de un
sentido último y definitivo de la existencia.
Pero, siendo tan importante, -“no se conquistó Zamora en una
hora”-. Es una tarea, a veces lenta, que entraña corregir con paciencia y volver
una y otra vez sobre el alumno, el discípulo o el aprendiz. Por eso es una
verdadera obra de misericordia. Con esta tarea se desarrolla la mente y el
corazón de la persona, y se le hace más consciente de la importancia de su
vida.
De Jesús de Nazaret se dice que “toda la gente acudía a él y
les enseñaba”. Enseñar es, en realidad, una tarea curativa, sanadora. Pues orienta, aclara las decisiones vitales y pone en frente de cada cual la importancia de la vida.
Pero no sólo enseñan el maestro, la educadora de párvulos, los padres... Cada uno bien sea niño, joven o adulto siempre puede enseñar. Bien le puede explicar a un menor, a un compañero, a alguien que necesita saber.
¡Buena tarea, preciosa tarea, la de enseñar al que no sabe, con
la paciencia y la competencia que este requiere!
No hay comentarios:
Publicar un comentario