Acabo de leer esta
mañana la sugerencia del Papa Francisco: “No tengáis miedo a la ternura ni a la
bondad”. Un consejo que, de momento, choca de tan inesperado por personal e
íntimo.
Pero, ¿es que no
venimos a la Tierra para experimentar la felicidad para compartirla, para
descubrirla? En esta vida, ¿y para prepararnos para la felicidad definitiva? Si
esta es nuestra vocación, ¿no será imprescindible manifestar nuestra ternura
ante la belleza, ante la inocencia, ante la bondad, ante la amistad, ante las
heridas que te enseñen quienes sufren…?
La ternura es un
lenguaje universal que entienden todos hasta los bebés. Como dice la ranchera:
‘Las piedras jamás, ¡qué van a saber de amores!’. Quienes son personas, lo
“hablan” y lo entienden. Por eso es tan importante amar a los pequeños y
demostrárselo con caricias desde el primer momento y acompañarlos así hasta su
madurez, y más allá. ¡Cuántos disgustos
y desgracias se evitarían!
La ternura se expresa
con la caricia, con la sonrisa, con los ojos, con los tiernos sonidos, con la
bonita modulación de la palabra, con el beso y el abrazo.
No dejemos de hacerlo.
No dejemos de besar, de regalar la sonrisa, de manifestar nuestro embeleso ante
la belleza de una criatura, o nuestra ternura ante un ser
humano necesitado, herido por el dolor.
La madre se fue
dolorida, porque su hija no le había despedido con un beso esas horas que la
dejaba en el campamento. -Bueno, comentó, es por el capricho adolescente, edad
en que lo quieren todo; y no se les puede dar’. Pero, en todo momento, es
posible, es medicinal y reconfortante expresar nuestro aprecio con la ternura
de un beso.
Yo también te mando un
beso, y me complace buscar las palabras más bonitas que sé, para comunicarme
contigo.
Vuestro amigo,
Francesc
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