¿Por qué un
joven, una muchacha no cae en la cuenta de que sus padres llegan agotados del
trabajo? ¿Y que, aun así, han de hacer frente a la lavadora, a la cocina, a la
limpieza, e incluso –más importante- atender las necesidades, las relaciones
con sus hijos?
En primer
lugar, hay algunos que sí. Sería el primer peldaño. Pero esto si hay verdadera
empatía –como se dice ahora- y comprensión con sus progenitores. Y luego
debería seguir una conversión –girarse hacia los padres de pleno- y ayudarles
haciendo las camas, retirando a su lugar la ropa usada... Y especialmente,
tratarlos con el delicado cariño que se merecen. Porque ellos han sido sus
ángeles antes incluso de nacer y hasta ahora. Y son incontables sus atenciones,
trabajos, sufrimientos y desvelos por ellos…
Ahora bien,
no solo a los jóvenes, a todos –sin evitarle la vergüenza a quien esto escribe,
que también- nos fallan las gafas –primer escalón- de ver los regalos, los
dones no solo los que recibimos y hemos recibido de los padres, además también
de los maestros, de los/as amigos/as, de los compañeros y compañeras de
trabajo, vecinos… Y hasta de aquellos a quienes atendemos, entre los que hay de
todo, pero también quienes nos agradecen nuestro servicio de todo corazón. Y
hasta hay quienes nos perdonan la vida cuando hemos metido la pata, con esa
frase que tanto nos alivia: -No pasa nada.
Sin olvidar
al Padre de la vida, que nos ha llamado a la existencia; no se separa de
nuestro lado, cuidándonos de mil maneras. Y nos ha dado la Vida nueva
resucitada en su Hijo Jesús, para disfrutar sin fin.
Vuestro
amigo,
Francesc.
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