Hoy
reflexionaremos sobre la ayuda que nos
pueden proporcionar muchas personas para la
delicada tarea de criar, de educar a
los pequeños.
A menudo los padres, los tutores, los educadores, sicólogos, monitores, orientadores y todos quienes tocan ese tierno tejido de los niños y adolescentes, se quejan de que no llegan, de que no se sienten capacitados del todo para su tarea de acompañar, de ayudar a crecer a sus pupilos.
A menudo los padres, los tutores, los educadores, sicólogos, monitores, orientadores y todos quienes tocan ese tierno tejido de los niños y adolescentes, se quejan de que no llegan, de que no se sienten capacitados del todo para su tarea de acompañar, de ayudar a crecer a sus pupilos.
Amigas y amigos,
hoy reflexionaremos sobre la ayuda que nos pueden proporcionar muchas personas para la delicada tarea de criar, de educar a los pequeños.
A menudo los padres, los tutores, los educadores, sicólogos, monitores, orientadores y todos quienes tocan ese tierno tejido de los niños y adolescentes, se quejan de que no llegan, de que no se sienten capacitados del todo para su tarea de acompañar, de ayudar a crecer a sus pupilos.
Tal vez a los referidos educadores les vendría bien, en este caso, caer en la cuenta de que la crianza, la educación es una labor coordinada de muchas personas que aportan su “granito de arena” en saber sacar (“edúcere”) de los pequeños y jóvenes aquellos valores y habilidades que les capaciten para la vida.
Sin duda se ahorrarían grandes quebraderos de cabeza, si llegan a conocer cuál es la especial función que les corresponde en esa tarea de formar el corazón y la mente de los menores, dejando los demás aspectos formativos para otras personas que también colaboran en esta hermosa misión de educar.
Para justificar esta apreciación, me remito a la práctica del gran educador turinés, Don Bosco. Juan Bosco buscó en los primeros pasos de su obra educativa, el Oratorio, la colaboración de personas adultas, bastante compenetradas con los objetivos de la obra que estaba realizando en favor de los jóvenes abandonados de la ciudad de Turín. Estos le ayudaron con su tiempo, con su trabajo y aun económicamente. Pero no todos se quedaron con él. Y pocos se comprometieron con su proyecto.
Por eso el insigne educador italiano comprendió que los mejores colaboradores podrían salir de los jóvenes que convivieran con él participando en todo en el Oratorio. Y empezó a recibir junto con algunos chicos abandonados, a otros, que aunque necesitados de ayuda por su edad, se les veía con excelentes dotes y disposición. Estos muchachos podrían compartir la vida completa del Oratorio, conocer las intimidades del proyecto de Don Bosco, sus motivaciones profundas, el método que se utilizaba en el Centro.
Algunos de estos chicos no quedaron con Don Bosco, pero se habían formado y ya fuera del Oratorio, en la sociedad, desempeñaron diversos puestos en los que pusieron de manifiesto su preparación y el estilo de hacer que habían recibido.
Pero los que siguieron con este gran Padre de la juventud, además de realizar un papel importante entre sus compañeros, fueron luego el eslabón de la obra educativa de Don Bosco, haciendo que esta pudiera perpetuarse.
Una extraordinaria intuición de este gran educador fue llevar a su madre al Oratorio. Don Bosco pensó que el Oratorio necesitaba convertirse en una auténtica casa, en una familia. La presencia de Margarita, la madre de Don Bosco, hizo que el ambiente de este Centro no careciera de una madre para los chicos abandonados, muchos de ellos huérfanos. Los jóvenes que llegaban al Oratorio pudieron tener desde entonces el ambiente de familia que Don Bosco vio indispensable para educar convenientemente a los muchachos.
Esta experiencia del hacer de Don Bosco nos demuestra que hacen falta todos: padres, madres, hermanos, abuelos, parientes, maestros, profesores, médicos, monitores, compañeros, amigos para ayudar en esta apasionante tarea de acompañar y favorecer el crecimiento integral de una persona. Si damos un vistazo atrás en nuestra vida, veremos que también nosotros somos el resultado de tantas personas que han influido en nuestra educación. Lógicamente no todas han influido igualmente, e incluso algunos aspectos de ellas no han sido los más acertados, pero tal vez otros hayan sido de un inestimable provecho.
Así que, se hace necesario contar con todas las personas que puedan aportar su especial aspecto de valor en ayudar a formarse a los jóvenes. Y, de paso, a seguir formándonos también a nosotros, pues la formación debe ser tarea de toda la vida.
Con mi estima.
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