En las relaciones diarias con nuestros parientes,
compañeros, amigos recibimos o proporcionamos molestos golpes, que al final hacen
sufrir y producen heridas. Necesitamos para restaurar nuestra sincera relación
practicar el perdón, saber perdonar.
Los desagradables golpes que recibimos o que damos
a diario pueden ser aquellas palabras que hieren, los reproches que nos
dirigimos por no poner atención y escucharnos de verdad… A veces estos golpes
pueden ser causados por el amor que nos manifestamos, pero de forma insuficiente.
También en ocasiones “nos pasamos”, al expresar de forma exagerada al
otro/a nuestras propias desilusiones, o al
protagonizar esos asfixiantes silencios. Todo esto, sin contar con las pequeñas
disputas debidas al cansancio, al nerviosismo.
Para suavizar las heridas y contusiones que
provocan estos golpes diarios, nos convendrá practicar el que Bruno Ferrero llama
“el raro arte del perdón”. Y aunque esta expresión nos hace entrever que a las
personas nos cuesta gestionar el perdón, sin embargo este autor nos asegura que
afortunadamente es un arte que está en nuestras manos aprender y practicar. El
mismo autor ha preparado diez consejos para practicar el perdón. De ellos, nosotros
escogeremos en esta ocasión, solo cinco. ¡Ahí van!
Lo primero a tener en cuenta en cualquier relación,
es que somos “diferentes”, y por tanto, ni la forma de ver las cosas, ni el
modo de reaccionar del otro van a ser iguales que los nuestros. Lo que sí nos
iguala es el corazón; hay que estar continuamente escuchando la temperatura del
corazón del otro y preguntarle “su modo de usarlo” (“Si te amo mal, dímelo; si
te hago sufrir, dímelo, para que cambie. Si te amo como se debe, dímelo también
para que siga así”).
Los “contratos”, los acuerdos, funcionan muy bien.
La síntesis de todos ellos puede resumirse en esta expresión: -Hagamos un
contrato, “no nos haremos sufrir voluntariamente”.
Tener en todo momento una “visión global” de
nuestra relación es muy conveniente para no exagerar la influencia de los
pequeños litigios. Ellos no nos deben ocultar los aspectos maravillosos de
nuestra relación. Démosles a los
pequeños problemas solo la importancia que tienen, y nada más. Que no nos
impidan decir con sinceridad: ¡ANTE TODO TE QUIERO!
Es reconfortante tener en cuenta que en esto del
perdón se ha comprobado que el amor crece practicando los “pequeños perdones”.
Después del perdón, la relación no es nunca como la que teníamos antes del
conflicto; ¡es mejor!
¡Ah!, y “cuanto antes” se pida perdón, mucho mejor.
En una ocasión, un amigo
no correspondió al saludo de su amiga que le sonreía celebrando su presencia
después de días de no verse. Simplemente movió la cara para otra parte (¡cosas
de los sentimientos, que nos pueden jugar una mala pasada!). Este amigo esquivo
tardó meses, por las circunstancias; pero un día, inesperadamente, se presentó
la ocasión y de forma impulsiva, pidió perdón a su amiga. Y aunque la amiga no
le llegó a decir “te perdono”, -no hacía falta, al parecer- con la petición
“perdóname” quedó zanjada la dolorosa situación. Y la relación no solo no se
deterioró, sino que se reforzó aún más.
Por último, conviene
saber que existen unos momentos mágicos para practicar el perdón. Es al atardecer del día, o por la noche, cuando
el amor responde mejor; cuando estamos más receptivos. En ese momento parece
que todo nos invita a pedir perdón o a dar el perdón sellándolo tal vez con un
beso de amor.
Vuestro
amigo,
Francesc
(1) Adaptación del artículo de Bruno Ferrero en el
Boletín Salesiano
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