Estamos en el año de la misericordia, o al menos, si
prefieres, es a lo que nos está invitando a practicar el papa Francisco. Una de
estas obras de misericordia es consolar al triste.
Me llamó mucho la atención la forma con que
la voluntaria en un campamento, -mujer de mediana edad, con hijos- exhibía
todos los recursos a su mano e imaginación, para sacar de la tristeza a un
chico acampado, que no se sabía qué es lo que le hacía llorar más, si el no
poder ir al parque acuático, al se había marchado ya todo el campamento, o el
dolor que tenía por una afección corporal.
Me admiró la
paciencia, la variedad de argumentos, la constancia de razones, los gestos y
tonos de cariño, sin aflojar, ¿casi una hora? Para conseguir consolarlo. ¿Lo
consiguió? ¿De qué pasta hay que estar hechos para tener esta paciencia?
Cuando la tristeza se apodera de una persona, es una verdadera atención curativa poderle consolar. No hay ninguna receta, lo primero que se debe tener en cuenta, es “saber acercarse”. Esto es principal para conocer y comprender la tristeza que le atenaza: puede ser el dolor causado por un golpe, una caída; o tal vez por un abandono de una amiga o amigo, o por cualquier otra contradicción.
En realidad “hay que saber esperar” hasta que quien sufre la
tristeza se sienta acompañada o acompañado y salga de su tristeza. Saber esperar es algo que
se aconseja, cuando te viene una chica –ellas y ellos- con suspiros y te dice, cuando
consigues darle confianza: -Mi amiga me ha dejado. Bueno, chica, tu amiga hoy
no está muy fina. No sabemos lo que le habrá pasado para no tenerte en cuenta, pero
ya verás, puede que mañana, ya se haya olvidado de todo y vuelva otra vez
contigo. Para ser amiga como antes. No. Mucho más amiga que antes.
Quien consuela ha de saber esperar, hasta que la persona
triste se sienta “acompañada” y salga de su tristeza. Pero también hay que
enseñar al que está triste, a que aprenda a saber esperar.
Tu amigo,
Francesc
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