sábado, 15 de octubre de 2016

ENSEÑAR AL QUE NO SABE



Una de las primeras obras de misericordia es “enseñar al que no sabe”. Pero, ¿qué hay que enseñar y cómo? Quien enseña ha de conocer las posibilidades (la mentalidad) de aquel a quien quiere enseñar, y en consecuencia, instruirle en lo que le conviene que aprenda; y en la manera en que lo necesita. 

El enseñar requiere la sencillez. Y aun mostrando lo que hay que aprender con las palabras justas y claras, puede suceder que el / o la aprendiz no haya captado los mensajes. Por eso, el buen maestro ha de verificar continuamente que el alumno le ha entendido. Debe saber, además, que cada cual aprende a su manera y que para apropiarse de las enseñanzas, emplea su tiempo, que no es el mismo para todos.


Aquello que más importa aprender, -y por tanto, enseñar-, nos lo dice Juan Pablo II (santo): “Lo más urgente hoy es llevar a los hombres a descubrir su capacidad de conocer la verdad y (a despertar) su anhelo de un sentido último y definitivo de la existencia. 
Pero, siendo tan importante, -“no se conquistó Zamora en una hora”-. Es una tarea, a veces lenta, que entraña corregir con paciencia y volver una y otra vez sobre el alumno, el discípulo o el aprendiz. Por eso es una verdadera obra de misericordia. Con esta tarea se desarrolla la mente y el corazón de la persona, y se le hace más consciente de la importancia de su vida.

De Jesús de Nazaret se dice que “toda la gente acudía a él y les enseñaba”. Enseñar es, en realidad, una tarea curativa, sanadora. Pues orienta, aclara las  decisiones vitales y pone en frente de cada cual la importancia de la vida. 

Pero no sólo enseñan el maestro, la educadora de párvulos, los padres... Cada uno bien sea niño, joven o adulto siempre puede enseñar. Bien le puede explicar a un menor, a un compañero, a alguien que necesita saber.

¡Buena tarea, preciosa tarea, la de enseñar al que no sabe, con la paciencia y la competencia que este requiere!

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