sábado, 14 de mayo de 2016

¿EN QUÉ NOS PARECEMOS A DIOS?



Con mucha frecuencia reconocemos el parentesco de las personas. En unas primeras comuniones, en un restaurante adivinamos… ¡anda!, esa chica, pues, no hay duda, es hija de esta mujer, si es que el pelo, las mejillas, la sonrisa ¡son los mismos! Hasta incluso un pequeño de dos años, ¡mira qué pose este retaco!, si es clavado a su abuelo, en la manera de plantarse, ¡con los brazos cruzadas a la espalda!

Pero si los cristianos afirman que Dios es nuestro Padre ¿Cómo nos parecemos a él? ¿Por el pelo?, ¿por la sonrisa, por nuestra pose? Claro 
que no. -Nos parecemos por el amor; en nuestra capacidad de amar.




Como conclusión, amiga, amigo se saca que el mayor valor que tiene la persona es su capacidad de amar. El amor es divino, porque así es la vida de Dios, y como tal, no pasa. 

Por tanto, su energía, su fuerza no tiene ni comparación con toda la potencia de una bomba, de cualquier arma, sea esta mental o física. Si lo supiéramos los mortales, no nos amedrantaríamos ante cualquier embestida que funcione con armas de fuerza. La transformación más positiva de las cosas, de las personas, de la vida la da el amor. ¡Qué bien lo saben quienes trabajan con casos difíciles de niños, de jóvenes! Un gesto de amor sincero -un abrazo, unas palabras llenas de ternura- es la mejor terapia.


El obispo auxiliar de Alicante, de hace unos cuantos años afirmaba que nos parecemos a Dios en el amor. Administraba la confirmación a unos jóvenes que coincidía con la celebración del misterio de la Santísima Trinidad. Un misterio que, en este aspecto del amor se ilumina, se hace visible, pues nos descubre que la Trinidad, precisamente, es una comunión de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu; una vida Trinitaria por la que fluye el amor como fuente de cada persona para las otras dos y como acogida del amor dado por las otras dos.

Una feliz sorpresa: ¡Dios no es un Dios solitario! Dios ama; está el Padre que ama a las otras dos personas de la Trinidad, a su Hijo muy querido y al Espíritu de Amor. Y a su vez, las tres personas aman y son amadas. Justo lo que todos deseamos, que nos quieran y que podamos quererlas, sintiendo esa respuesta de amor que nos conmueve de felicidad.

Visto a Dios así, no aceptamos otras formas de representarlo: como juez, como castigador, como lejano y frío. Él se conmueve de sus hijos, salva su vida y les ofrece una vida para siempre, llena de felicidad. 
Tu amigo,
Francesc












No hay comentarios:

Publicar un comentario