Quien
considera lo invisible de la otra persona, evita conflictos. Porque además de
lo que físicamente ve, admite que hay zonas, momentos de cada persona, de los que
desconoce el estilo de su actuación, la razón por qué actúa de esa manera, por más que sea su amigo,
o su amiga. Y por más que pretenda conocerlos.
Un niño se
quejaba de que cuando su madre tenía sueño, lo enviaba a él a la cama. Ya que lo
que te pasa a ti, no tiene por qué ser idéntico a lo que le pasa a alguien de tu entorno;
su reacción, su experiencia sobre el mismo asunto, pueden no ser las mismas que las tuyas. Si no consideras esto, quizás te equivoques al enjuiciar a esta persona.
El comprensivo
deja un gran espacio en aquel o en aquella a quien conoce. Para imaginar que esta persona tiene cosas que no las alcanza a ver. Y, por tanto, se llena de humildad y reflexión ante
ella. No la recrimina por un hecho equivocado. El hecho puede estar equivocado. Pero
aún así, no podemos atacar al actuante, cuando no conocemos sus circunstancias.
O si ha sido un error puntual; circunstancia que hay que tener en cuenta. Que, como nos dice el refrán castellano, no podemos poner más albardas de las que llevan los demás; y solo las justas: "Por un perro que
maté, mataperros me llamaron".
A Jesús de
Nazaret también lo consideraron endemoniado. Es decir, fuera de sí. Y que
cuando curaba a los endemoniados lo hacía con poder de Belcebú –príncipe de los
demonios. Jesús se defiende demostrándoles que están equivocados. Que el
demonio no va a ir en contra de sí mismo.
Y que pensar
que él actuaba de esa forma tan rastrera de ir en contra la verdad y del bien que el Padre le
había encargado, era una falta imperdonable. Todo se podía perdonar, pero no, admitir que Dios nos engañe y nos rechace. Esto no permite ver la luz del Reino de Dios y su amor, en absoluto.
Tu amigo,
Francesc
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