Pan y espectáculos nutren hasta donde llegan; la vida humana
aspira a algo más definitivo, y esa aspiración no deja de exigir en cada ser
humano la respuesta a ella. Para el cristiano, esta respuesta se concreta en aceptar las
propuestas de Jesús de Nazaret contenidas en las Bienaventuranzas: tuve hambre,
y me diste de comer; estuve enfermo y me visitaste; fui forastero, y me
acogiste…
Mantener la vida sobre estas dos columnas -pan y espectáculos- era la solución
para los gobernadores romanos. Con el fin de tener a los pueblos contentos.
Mientras ellos accedían a la gloria imperial: dominio cada vez más amplio del
imperio, fuerza de las legiones romanas, y del Senado, fuerza y reconocida claridad de las
leyes, excelente ingeniería para puentes, acueductos, calzadas que vertebraran
la conexión imperial; monumentos, como anfiteatros, palacios, templos,
estadios…
Hay alguien que se atreve a escribir que esta gloria de Roma
fue destruida por la presencia viva de las comunidades cristianas.
Pero no fue exactamente así, porque es muy fácil reconocer
lo que nos dice la historia e incluso nuestra experiencia; que todo imperio
tiene un final. Y precisamente, los cristianos, ciudadanos de Roma, no se
conformaban con pan y espectáculos. Aspiraban a algo más sólido que les diera
la esperanza de una vida nueva, y siguieron adelante. Pues se fundamentaban en esa esperanza en JESUCRISTO,
crucificado por los hombres, pero investido de vida nueva por DIOS.
Vuestro amigo,
Francesc
No hay comentarios:
Publicar un comentario